un secuestro que devino hito literario

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AREQUIPA, Perú – Cuando los corsarios franceses secuestraron al obispo e inquisidor don Juan de las Cabezas Altamirano en el año 1608, poco o nada podían imaginar que sus acciones devendrían en la primera obra literaria de Cuba.

Sin embargo, las acciones de los pobladores de Santa María del Puerto del Príncipe (actual Camagüey) por rescatar al obispo y vengar su afrenta, motivaron al escritor cubano-español Silvestre de Balboa a crear Espejo de paciencia, un poema épico y heroico que marcó un hito en la historia artística de la Isla.

Canten los unos el terror y espanto
Que causó en Troya el Paladión preñado:
Celebren otros la prisión y el llanto
De Angélica y el Orco enamorado:
Que yo en mis versos solo escribo y canto
La prisión de un Obispo consagrado:
Tan justo, tan benévolo y tan quisto
Que debe ser el sucesor de Cristo.

La obra, escrita en octavas reales y versos endecasílabos, se mantuvo oculta en la villa y luego fue descubierta por José Antonio Echeverría dentro de los archivos de la Sociedad Patriótica de La Habana.

Dos años después, Espejo de paciencia fue publicada en el periódico El Plantel, logrando de esta manera hacerse conocida. Una nueva impresión realizada en 2008 por Ediciones Boloña, incluyó un prólogo del crítico literario enrique Saínz exaltando las cualidades del texto.

“En Espejo de paciencia ha de señalarse entre sus dones más atendibles su grácil fluidez (…) Ciertamente, la ausencia en sus estrofas de los excesos del barroco, que tanto lastraron otros textos de la época, viene a ser un rasgo estilístico que agradecer en Balboa”.

Por su parte, Ramiro Manuel García, escritor y ensayista camagüeyano de origen canario igual que el mismo Balboa, ha dedicado buena parte de su obra al estudio de la figura del intelectual español.

En una entrevista con la prensa oficial cubana, Medina mostró su orgullo por compartir orígenes geográficos con Espejo de Paciencia. “Es un tesoro literario y cultural que tiene el pueblo de Camagüey”, destacó.

Más de 400 años después de la creación del poema, Saínz considera que su lectura contribuye al conocimiento de los inicios de nuestra literatura, y con ella, de los primeros pasos de la vida espiritual de la Isla.

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