Sigo escribiendo una obra consecuente con este tiempo

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MIAMI, Estados Unidos. – Frank Castell, ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador 2018 y del Premio de Poesía Dulce María Loynaz 2021, comenzó a escribir en 1996, cuando estudiaba Español y Literatura en el Instituto Superior Pedagógico de Las Tunas. La poesía era el género en el que se sentía más cómodo hasta que un día le hablaron de un narrador que tenía un estilo de escritura y vida fuera de la lógica provinciana.

El día que le presentaron a Guillermo Vidal, Castell pensó que había conocido a un hombre de fe y de una valentía inmensa. Los recibió a él y a un amigo, Osmany Oduardo, en su modesta casa. 

Les dijo con sorna: “¿Ustedes quieren ser escritores? ¿Ustedes no ven cómo vivo? ¿No saben los problemas a los que me tengo que enfrentar cada día? Un escritor no es bien mirado. Es incómodo, incomprendido. ¿De verdad que quieren ser escritores?” 

Respondieron que sí y a partir de ese momento se convirtieron en sus hijos. Dos o tres veces a la semana iban hasta su casa, a conversar y compartir sus obras. Gracias a Guillermo, Castell conoció a otros hombres que gravitaban en torno a la creación literaria en Cuba, como Amir Valle y Eduardo Heras León. Es algo que Castell dice que no olvidará. 

Su camino literario comenzó como el de muchos jóvenes nacidos bajo el socialismo, integrándose a un taller literario llamado Cucalambé, que dirigía el poeta Carlos Téllez Espino, donde publicó sus primeros textos, comenzó a ganar premios y a gestar una obra que poco a poco se abrió paso en el panorama nacional.

Antes de aventurarse en el mundo de la escritura, Castell se convirtió al cristianismo. En 1995, mientras era una recluta del Servicio Militar Activo en un regimiento de artillería, dos jóvenes que pertenecían a su batería, le predicaron la Palabra. 

“Recuerdo que nos reuníamos, en secreto junto a dos más, y compartíamos la lectura durante una hora aproximadamente”, cuenta Castell. “Sin embargo, fue en el año 1998 que decidí asistir a una iglesia. Estaba pasando una etapa muy difícil en todos los aspectos. De modo que una noche fui hasta la iglesia Los Pinos Nuevos. Mi forma de ver la vida cambió. De ser el joven casi suicida, sin esperanza, a encontrar un sentido, una razón para encontrar el camino hacia Jesús”. 

Aunque el escritor cree que “la obra está en constante transformación” y que “cada libro marca un ritmo diferente”, “la presencia de Dios ha estado de forma directa o indirecta en ella”, apunta. “Por más irreverente que yo fuera, algo me decía que no debía tomar a Dios en vano”. 

En 1999 escribió un ensayo bajo el título El tema bíblico en la décima de los noventa, un proyecto que él mismo consideraba muy ambicioso y que tal vez hubiera sido la obra de su vida. “Pero lo dejé porque la poesía era mi modo de expresión, la válvula de escape”, apunta ahora. 

No obstante, el hecho de ser cristiano no le impidió a Guillermo Vidal, por ejemplo, escribir novelas como Los cuervos; Las manzanas del paraíso o La saga del perseguido, ni ser una persona que tocaba la llaga, que escribía sin miedo a represalias. “Nada de eso”, considera Castell. 

Aun así, muchos asumieron su conversión al cristianismo como un defecto. “Dentro del gremio artístico siempre hubo alguna que otra jarana. El mundillo artístico está lleno de luces y sombras. Gracias a Dios recibí el apoyo de Guillermo Vidal y Alberto Garrido, que me demostraron que no hay que avergonzarse del Evangelio.” 

La fe tampoco fue un obstáculo para que Castell centrara su obra en la realidad, en las miserias y en el riesgo de vivir en un país donde al cristiano se le ve como un enemigo. “Tal vez lo disfracen, pero siempre se nota la costura, la cicatriz, la trampa. Ser cristiano en un país donde quien tiene el poder es el Partido Comunista (que niega la existencia de Dios), es complicado”. 

En una ocasión, un funcionario al frente del sector de la Cultura en Las Tunas le envió un mensaje que ahora recuerda: “Frank, veo en sus publicaciones que busca a Dios junto a su familia. Siempre he escuchado de varios representantes de denominaciones religiosas que no se vinculan con política y se dedican a sus obras. Conozco de su talento, es ideal una persona formada en esta sociedad y con resultados por su talento; esperamos que continúe siendo un hijo digno de Puerto Padre. Saludos”. 

Castell sintió aquel mensaje como una sutil amenaza. “¡Qué poco me conoce! Cada día, al abrir mis ojos, le doy gracias a Cristo por haberme salvado. No tengo miedo a la persecución porque Cristo me hizo libre”.

“Libro tras libro, mi obra se adentra en la Cuba profunda. Esa que tratan de invisibilizar. Yo estoy fuera de la vida cultural de este país desde el 2019. Me fui de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de eventos, publicaciones… Ser respetuoso, ético y con premios internacionales, de nada me sirvió. Sigo escribiendo desde la libertad una obra consecuente con este tiempo”. 

En 2013, Castell comenzó una novela que publicó en 2020 en la editorial independiente Ilíada Ediciones. El tema de La maquinaria era espinoso: cuenta la historia de dos jóvenes que se niegan a colaborar con la Seguridad del Estado

Castell cree que no hay nada más incómodo para un represor que enfrentar a un artista, porque un artista tiene que ser fiel a su obra. “Lo interesante de todo eso es que al poco tiempo el país comenzó a despertar, a salir, y eso no lo pueden detener. Ahí está La maquinaria a la espera de nuevos lectores”.

Por su postura cree que ha sido relegado, humillado y olvidado, pero nada de eso lo ha hecho desistir. Al contrario, lo ve como una motivación para continuar escribiendo. “Es el precio que debo pagar. En 2003 escribí, junto a un joven director de teatro, La isla de los cíclopes enanos, obra sobre la emigración y horror de vivir en una Isla sin esperanza, sin fe. Cuando se escribe sabiendo que no serás publicado, debes buscar alternativas fuera de Cuba. Espero que algún día se pueda estrenar o publicar”. 

Aún tiene varios poemarios inéditos a la espera de concursos o editoriales. La censura es brutal.

“Tengo tres hijos: Frank Eduardo, Gabriela y Alejandro. El mayor aún no ha aceptado a Jesús, pero cada día oro porque tenga un encuentro con aquel que venció a la muerte en la Cruz del Calvario. Es muy duro salir a caminar y ver tanto dolor en el rostro de las personas, gente noble a la que traicionaron del modo más cruel”, relata. 

Cuando se le pregunta qué piensa acerca del estado actual de Cuba invita a leer sus libros. Quien los lea, dice, sabrá. “Poco me importa que no asista a ferias y eventos fuera de Cuba. No me interesa pertenecer al grupo de privilegiados que apenas tienen tiempo para escribir porque andan de avión en avión solo por ser ‘políticamente correctos’. El poeta escribe para el futuro. Como le respondí a Amir Valle en una entrevista: ‘Siempre el artista será una piedra en el zapato de cualquier sistema’”. 

PERSEGUIDOS

Se dejan matar,

pero sus rostros iluminan los bosques

y las plazas,

los siglos de una muerte

que se indefine.

Se dejan matar en cárceles

o en pueblos anónimos,

en días que se incrustan

como las balas y los cuchillos.

Se dejan matar y escriben con su sangre

Jesús,

mientras el mundo es un silencio

creciente y tembloroso.

Se dejan matar y desaparecer,

pero sus almas refulgen

cuando los perseguidores

regresan satisfechos

de su crimen.

Frank Castell

PRISIONEROS

Se pudren más allá de las celdas.

Puedo sentirlos guardar el corazón

secretamente.

Ah, ruinas de país,

ruinas de sangre,

ruinas de insomnio,

ruinas incómodas

de la vergüenza.

Se pudren.

Se mueren.

Se olvidan.

El mundo calla

y los barrotes

son féretros en las estrofas del himno.

Frank Castell

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