LA HABANA, Cuba. – En la calma aparente de estos días posteriores a las protestas ocurridas el 17 y 18 de marzo, ha trascendido que los apagones se mantienen, pero en algunas localidades se han reducido los cortes en el horario de la madrugada para que las personas puedan descansar. Las autoridades también han apurado la distribución de algunos productos normados y en las zonas de mayor ebullición popular se dejan ver vehículos cargados de militares y Tropas Especiales.
Es una calma ―bien lo sabe el régimen― condicionada por el alivio momentáneo de las necesidades más perentorias de quienes salieron a protestar, y por la habitual exhibición de los cuerpos represivos para recordarle a la gente lo que sucedió el 11 de julio de 2021.
Miguel Díaz-Canel tuvo que ir hasta Songo La Maya para tomar parte en el paripé inútil del baño de masas. No se atrevió a aparecer en la ciudad cabecera porque sus habitantes estaban bravitos, bravitos. Como parte del control de daños también se involucró en un pódcast conducido por su vocera incondicional, Arleen Rodríguez Derivet, desde el cual demostró que a la clase política de este país no le alcanzan las neuronas ni para esforzarse en construir una narrativa mínimamente creíble.
También aseguró, como en su momento lo hizo Beatriz Johnson Urrutia ―primera secretaria del PCC en Santiago―, que el pueblo dialogó y entendió, y lo dijo con tal complacencia que cualquiera que no haya visto las manifestaciones podría pensar que también aplaudieron a los dirigentes y se disculparon con ellos por haber salido a exigir condiciones de vida dignas, si de todos modos no era para tanto.
Entre mentiras absurdas y tergiversaciones que se estrellan contra la realidad plasmada en los videos grabados durante las protestas, sale un artículo en el diario Sierra Maestra donde se criminaliza, desprecia y ofende a todos los manifestantes, sin excepción. Según la autora del libelo, que debe ser guardado como prueba de hasta qué punto se ha doblegado y envilecido la prensa estatal, y del desprecio que los gobernantes y sus acólitos sienten por el pueblo cubano, las personas que salieron a protestar eran vagos, delincuentes, confundidos y malagradecidos.
Como “periodista” curtida en publicar verdades a medias, la autora aseguró que no pocas madres santiagueras venden la leche de sus hijos, sin precisar que utilizan ese dinero para comprar yogurt u otro sustituto alimenticio, porque son muchos los niños que se enferman del estómago al consumir la leche ―descremada y canibaleada― que llega por la cartilla de racionamiento. Aun así, hay que agradecerle a la Revolución, de rodillas, por un producto que los consumidores describen como “polvo piedra”, mientras en Supermarket 23 se vende la leche en polvo entera, importada por la Revolución, para que los emigrados la paguen en divisas y puedan paliar el hambre de sus familiares en Cuba.
En La Habana la realidad no es distinta. También hay madres que venden esa misma leche para, agregándole 300 o 400 pesos al dinero ganado, comprar en las mipymes un kilogramo de leche amarillita porque el niño la prefiere y la digiere bien. Son alternativas a las que deben recurrir en un país donde no está garantizado ni el pan, y el sector privado no escapa al desabastecimiento de bienes de primera necesidad.
Como si las cubanas no estuvieran sacrificando y aguantando lo indecible para que sus hijos puedan tener una alimentación medianamente decente, tienen que soportar, además, que una “periodista” las insulte y cuestione los métodos de una supervivencia que le es ajena, porque nadie, por muy fidelista que sea, puede permanecer impávido con el estómago vacío y noches enteras sin dormir por causa de los apagones. La realidad de las madres que salieron a protestar no es la de quien, con tanta liviandad, las critica.
Pero incluso si la “periodista” desea soportar una vida de bestia por gratitud a la memoria de Fidel Castro, ese es su problema y no le da derecho a juzgar a las madres desesperadas que no encuentran una forma decorosa de gestionar la crianza de sus hijos en medio del desastre nacional. Mucho menos tiene derecho a utilizar un órgano de prensa oficial para darle validez a un criterio clasista, racista, a todas luces inhumano y carente de otro fundamento que no sea el fanatismo enfermizo de una minoría cegada por el adoctrinamiento, o corrompida por las prebendas. No hay otra explicación para un discurso tan virulento contra su propio pueblo, y si el Gobierno permite que sus medios de comunicación sean empleados para visibilizar tanto odio, es porque comulga con él y lo alienta, lo cual no es sorpresa para nadie después de la orden de combate dada el 11J.
Todos los santiagueros, y por extensión todos los cubanos, deberían leer ese artículo para que les quede claro lo que piensa la casta política de quienes ejercen su derecho a protestar pacíficamente. Cuando hayan entendido la magnitud del desprecio que sienten los dirigentes por este pueblo, en las próximas manifestaciones, que sin duda llegarán, no habrá placa lo suficientemente alta donde puedan encaramarse a vomitar las justificaciones de siempre.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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