dichos famosos y cómo surgieron

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AREQUIPA, Perú – Existen expresiones del costumbrismo cubano que han quedado grabadas en el dialecto y la cotidianidad de la Isla. Frases que trascienden el momento en que fueron concebidas para ser protagonistas de cualquier circunstancia y del bagaje de millones de hablantes.

Por ejemplo, las expresiones “cortar el bacalao”, “vivir como Carmelina” o “se acabó el pan de piquito” tienen diferentes orígenes arraigados a la historia de siglos pasados.

Desde el siglo XVI proviene la locución “cortar el bacalao”, dirigido a designar a la persona que ostenta el mando en una determinada situación. En las colonias del imperio español, este pescado desecado servía para alimentar a los esclavos y el capataz era quien repartía los trozos y decidía a quién correspondían los más grandes y los más pequeños.

Por su parte, “vivir como Carmelina” podría estar inspirado en Doña Carmelina Arechabala, miembro consentido de una estirpe que, cruzada entre sí por parentesco primero y matrimonio después, llegó a condensar una de las mayores fortunas de Cuba.

Según un artículo publicado por la revista Bohemia los cubanos ven en la vida desahogada de esta mujer el origen del famoso refrán de la opulencia.

“El alambique que fundó su abuelo en 1878, dirigido por sus padres y su esposo después, llegó a convertirse en un emporio industrial. A la emblemática destilería de rones y aguardientes –símbolo de la compañía por su fama y antigüedad–, se le unieron la terminal marítima con líneas propias de travesía y cabotaje, astilleros y planta de petróleo, almacenes, refinería de azúcar, plantas de mieles y de siropes, y fábrica de confituras… En fin, negocios hasta para hacer dulces”.

Aun cuando vivir como Carmelina se convirtió, entonces, en una utopía para la mayoría, hoy en día se emplea para llamar la atención a las personas holgazanas, que quieren obtener beneficios sin trabajar. 

Por otro lado, el doctor puertorriqueño Francisco Rivera Lizardi, en su libro Los pregones de Caguas, cuenta la historia de un vendedor de esa ciudad que llevaba, entre muchos otros dulces de repostería, una especie de “panecillo alargado cubierto por numerosos piquitos”.

Como tenía tanta demanda se acababa inmediatamente su mercancía después de escucharse el anuncio: “¡Pan de piquito y de piquito el pan!”. En contraste, ante la insistente pregunta de los compradores por la agotada mercancía, y un poco molesto, el vendedor también cambiaba su pregón a: “¡Galletas, cucas, matahambres, budín…!, y ¡se acabó el pan de piquito!”

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