El hombre de la casita engullida por la mayor urbanización de la historia de Coral Gables –rodeada de estacionamientos de 100 pies de altura y un hotel de 15 pisos– tiene un nuevo problema que perturba la tranquila vida que una vez llevó en Coconut Grove Drive.
No son las excavadoras rugiendo junto a la ventana de su cocina, las grúas colgando sobre su tejado de tejas, los martillos neumáticos sacudiendo los recuerdos de cristal de su vitrina o los seis orinales portátiles plantados junto al patio trasero. No, ya no vive en medio de una zona en obras.
Orlando Capote sobrevivió a esa odisea de cinco años solo para verse acosado por su propia cochera. Concretamente, la cubierta de su cochera.
Llámele hombre de principios. Llámelo obstinado. Capote está discutiendo con la ciudad sobre el material permitido encima de su cochera. Puso una lona, pero la rechazaron. Probó con una malla negra, que fue rechazada. Ahora insiste en el vinilo, mostrando muestras verdes. Pero el código de la ciudad exige lienzo, con una etiqueta del fabricante en ella.
La Ciudad Hermosa prohíbe cualquier cosa fea.
Aviso de embargo de Coral Gables
Ha acumulado $29,000 en multas desde junio y la semana pasada recibió un Aviso de Intención de Embargo; una advertencia de que su casa será embargada si no paga en 30 días.
“La ciudad cree que puede acosarme hasta que me rinda y me mude”, dijo. “No tengo intención de mudarme. Jamás”.
Así que Capote está en otra pelea con el Ayuntamiento de Coral Gables. Gracias a su conocimiento enciclopédico de las leyes de zonificación y los derechos de propiedad, empezó a luchar contra la ciudad por las varianzas, las distancias mínimas, los accesos a los callejones, las restricciones de altura y las normas del código de incendios cuando se aprobó hace 10 años el proyecto Plaza, de $600 millones y 7 acres, y el urbanizador compró y demolió todas las casas de los vecinos de Capote.
Pero no la suya. Se negó a vender la casa de 1,300 pies cuadrados y dos dormitorios donde vivía con sus padres, inmigrantes cubanos, desde que la compraron por $135,000 en 1989. El urbanizador, Agave Holdings, le ofreció permutarle una casa más grande cercana. La rechazó, así como ofertas de hasta $900,000.
“Este era su sueño americano”, dijo Capote de su padre y su madre. “Estoy honrando su sueño. Me quedo aquí”.
El Plaza Coral Gables, y sus 1.1 millones de pies cuadrados de tiendas, restaurantes, oficinas, condominios de lujo y altísimos estacionamientos, se diseñó y construyó alrededor de la casa de Capote. Su puerta principal da a la entrada del hotel Loews, donde un flujo constante de autos entran y salen del estacionamiento. Los huéspedes pueden mirar por la ventana hacia su patio. Al oeste, pronto abrirá la Cantina León, y ya puede oír la música, el ruido y el parloteo durante el happy hour. Al este, la pared en blanco de un garaje de ocho pisos y el zumbido de un generador encerrado en él. Al fondo, detrás de sus aguacateros, otro muro y un transformador eléctrico.
“El verano pasado fue la primera vez que mi árbol de mango no produjo fruta”, dijo Capote, de 68 años. “No hay suficiente sol viviendo a la sombra de estos edificios. Estoy amurallado”.
‘Alquileres desorbitados, multas ridículas’
¿Fue Capote un tonto por mantenerse firme? No según la gente que pasa a diario por su casa, llama a su puerta o le da la mano y le llama héroe. Sus admiradores –incluidos visitantes de fuera de la ciudad– han leído sobre su lucha contra las poderosas fuerzas del gobierno y la urbanización.
Es el Don Quijote de Coral Gables, célebre por su lucha contra las retroexcavadoras, el protagonista de una tragicomedia que ha demostrado que se puede vencer al ayuntamiento. Más o menos.
“Me quieren fuera porque soy un recordatorio constante de cómo el gobierno se doblega para favorecer a las grandes fortunas en lugar de proteger a sus ciudadanos”, dijo. “Ocurre en todas partes. Es vergonzoso ver cómo la gente normal se ve expulsada de sus casas por alquileres desorbitados, multas ridículas y urbanizadores que compran edificios enteros, disuelven las asociaciones de condominios y obligan a los propietarios a marcharse para poder construir otra torre de lujo”.
“Este era un barrio bonito. Era una ciudad bonita. Fue sacrificada por dinero. Se la están comiendo viva estas monstruosidades”.
Capote ha estado peleando con la ciudad por infracciones del código desde noviembre de 2022, cuando fue citado por un patio descuidado con exceso de basura, una valla rota, hierba crecida, demasiados gatos callejeros y la cochera descubierta.
Capote argumentó que el desorden fue causado por años de daños de construcción. Tarimas, barras de refuerzo, fragmentos de cristal, trozos de concreto y platos de papel desechados estaban esparcidos por el jardín. El toldo de su cochera estaba desgarrado por la caída de escombros. Le resultaba difícil trabajar al aire libre porque el polvo le provocaba ataques de tos. El año pasado limpió su jardín y una organización de rescate atrapó a los gatos y los puso en adopción.
Pero las cubiertas que Capote ha colocado en la parte superior de la estructura metálica no cumplen el código municipal. Un toldo de cañamazo sería más caro; calcula que costaría al menos $3,500. Ha tenido que ir y venir de inspecciones y reuniones con la Junta de Aplicación del Código y el Colegio de Arquitectos. La disputa recuerda a las tres docenas de quejas que presentó contra la ciudad durante la planificación y construcción de Plaza, cuando afirmó que Coral Gables estaba incumpliendo sus propias leyes para complacer al urbanizador.
La ciudad: ‘Queremos trabajar con él’
En cuanto a la cochera, dice que la ciudad le atrapó en un callejón sin salida porque no le permitió obtener un permiso.
“Dijeron que no darían permiso para la cubierta, pero que me multarían por no cubrir la estructura”, dijo. Finalmente consiguió el permiso en noviembre.
Coral Gables dio un respiro a Capote el jueves, cuando los funcionarios decidieron renunciar a las multas y al aviso de embargo. Se le ha concedido otra prórroga de 30 días para cumplir. Si no lo hace, las multas comenzarán de nuevo.
“Hemos concedido al Sr. Capote varias prórrogas”, declaró Martha Pantin, portavoz municipal. Queremos trabajar con él para resolver y agilizar este asunto y asegurarnos de que cumpla con el código”.
Capote, ingeniero eléctrico del Condado Miami-Dade, vive solo al pie del cañón de concreto. Su madre Lucía, su compañera en la cruzada para salvar la casa, murió en un centro de rehabilitación a los 94 años en 2022, tres meses después de caerse en la cocina y fracturarse una pierna.
Capote había temido una emergencia de este tipo y se había quejado constantemente ante la ciudad por la falta de acceso a la casa en caso de que los bomberos o los paramédicos necesitaran acudir. Cuando su madre se cayó y llamó al 911, una retroexcavadora bloqueaba la entrada principal.
Los paramédicos entraron por el callejón trasero, pero su camilla no cabía por la puerta de atrás. Tuvieron que trasladar la ambulancia a un extremo de Coconut Grove Drive, que estaba vallado al tráfico excepto para los vehículos de obras, y trasladaron a la madre de Capote 210 pies calle abajo.
“Otro ejemplo de cómo el urbanizador es lo primero, antes que los ciudadanos”, dijo.
La madre de Capote estaba preparando té para calmar su tos cuando se cayó. La echa de menos. Echa de menos a sus antiguos vecinos. Está decidido a arreglar la cochera y conservar la casa en 2915 Coconut Grove Drive.
“Mis padres perdieron su casa en Cuba y trabajaron muy duro para comprar esta”, dijo. “Los recuerdos vivirán mientras yo viva aquí. Este es el mejor lugar para mí, a pesar de lo que ha pasado”.