LA HABANA, Cuba. – Luis Raúl González-Pardo Rodríguez, uno de los pilotos involucrados en la operación de derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate en febrero de 1996, hoy vive en Estados Unidos como beneficiario del parole humanitario.
Se ha dicho incluso que, a partir de 2017 y antes de aplicar al programa migratorio, el exmilitar fue aprobado en, al menos, dos ocasiones para viajar a Estados Unidos con una visa de turismo, para lo cual no tuvo que mentir ni ocultar su vínculo con el aparato militar del régimen. Por el contrario, esa relación —y por supuesto que ese su “historial de lealtades”— habría ayudado a acelerar los procesos.
Leo una y otra vez todo lo que ha ido surgiendo al respecto y, aunque no la he visto escrita en ninguna parte, solo hay una palabra que se impone sobre las demás: “hipocresía”. Porque es lo que hay en el trasfondo del caso, tanto por la parte que huye como por la que da refugio con total conciencia de estar pisoteando no solo la justicia sino a las personas que la reclaman.
Así, esta de ahora debió ser una noticia como para sorprenderse, y es, sin dudas, una información que indigna y preocupa a más de uno dentro y fuera de Cuba, pero desafortunadamente es un tipo de noticia que se hace habitual y, lo peor, que comienza a revelar que la huida hacia el Norte de funcionarios y dirigentes de la dictadura no se trataría de un “error del sistema”, tampoco de un “mal trabajo” del Consulado de Estados Unidos, ni siquiera un engaño a las autoridades migratorias, mucho menos es un fenómeno reciente, vinculado al éxodo masivo actual, sino una brecha abierta a conciencia desde hace años, bien pensada y disimulada, y muy a propósito de acoger a ese tipo de “disidente” desgajado del propio seno del castrismo y que, por tanto, resultaría de “gran interés” para ciertos sujetos dentro de Estados Unidos.
De modo que, hasta cierto punto pudiera hasta justificarse lo que a todas luces pareciera una “operación de inteligencia”, no obstante, al tratarse de un militar involucrado directamente en una misión que terminó con el asesinato de civiles, y que además por ese crimen fue condecorado como “héroe” y ascendido con honores hasta terminar como jefe en la terminal del Aeropuerto Internacional “José Martí” de La Habana que atendía los vuelos desde y hacia Estados Unidos, entonces estaríamos en presencia de un acto de complicidad, de burla rampante por parte de un gobierno que hasta ayer mismo parecía estar del lado de los cubanos y las cubanas que durante años han reclamado justicia.
Así lo entendemos quienes vamos contando por decenas los casos como el de González-Pardo que se han ido revelando en los últimos meses, así como por centenares las órdenes de deportación que pesan sobre cubanos de bien, que incluso mereciendo refugio porque sus vidas corren peligro al ser devueltos a la Isla, continúan casi a perpetuidad en un limbo de incertidumbre y de abierta hipocresía politiquera. Como es el caso de José Antonio Cue, que de ser regresado a la Isla enfrentaría una condena de 12 años de cárcel solo por el “delito” de salir a las calles a protestar.
O el caso de ese vecino o vecina que todos tenemos en nuestros barrios y que, aún sabiéndolos libres de complicidades y oportunismos, sinceros tanto en sus declaraciones de inocencia como en sus miedos creíbles, han sido truncado su sueño de emigrar por un oscuro funcionario de una embajada o un paso fronterizo que no viendo provecho alguno en otorgar visa o refugio a un simple cubano de a pie, lo trata como basura y lo retorna sin piedad.
Y no sé ni siquiera cuál “provecho” se puede sacar de esos mediocres que sí pasan los “controles” sin nada de esfuerzo, de esos que llegan a Miami en silla de ruedas y con cubrebocas no por enfermedad sino por el peso de unas barrigas y unas lenguas que jamás conocieron de hambre porque bien supieron cubrirlas a tiempo con consignas y uniformes verdeolivo, con represiones contra esos que sí han pasado hambre y que por entender mejor que cualquiera de nosotros —nosotros los “inteligentes”— que la política es pura hipocresía, que probablemente nada lograrán con solicitar una visa, nunca dudaron en escoger la opción de construir una balsa o pagarse un coyote.
Estos últimos, los que viven en peligro de ser rechazados, los que no son de “interés nacional”, nunca son los que llegan a Estados Unidos para reclamar ayudas al Gobierno sino a trabajar duro para salir adelante; no son de los que escriben “Viva Fidel y Raúl” en un vehículo del servicio público de Miami-Dade sino de los que continúan reclamando libertad para Cuba a pesar de ya haberla obtenido para sí; de los que se van para ayudar a su familia y no para servir de testaferro a un colega de tropa que posiblemente continúe dándole órdenes desde esa otra orilla donde solo existe el “bloqueo” para quienes no somos “personas de interés”. No lo somos ni para los de aquí ni para los de allá.
Las últimas revelaciones dejan un mensaje bien claro y nada alentador. Incluso pudiera hacer más profundos e intensos los sentimientos de derrota que desde hace años nos dominan y paralizan a los cubanos y cubanas al estar conscientes, y con total razón, de que cada día estamos más solos en nuestra lucha cotidiana.
Una lucha que por necesidad deberá ser absolutamente independiente y de conciencia individual si de verdad se pretende alcanzar esa libertad y esos cambios que tanto necesitamos para sanar como nación sometida a años de secuestro e hipocresías.