Instituto de Memoria Histórica Cubana: 25 años


PUERTO PADRE, Cuba.- Este domingo, el Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo cumple 25 años. Fundado el 29 de septiembre de 1999 es, en los más de 65 años de dictadura totalitaria que ya transcurren en Cuba, un cuarto de siglo de trabajos y esfuerzos frente al “olvido” y el vilipendio de la historia nacional por parte del régimen castrocomunista.

Desafortunadamente, ese crimen ya es con la complicidad de demasiados cubanos, rebajados a la condición de “voluntarios”, cuales cubanos coloniales, como en otro tiempo y circunstancias pero por iguales móviles –la incuria patria traducida como apostasía utilitaria– los llamara José Martí, y no importa si actuaron o actúan por acción u omisión, pues, por sus resultados, en la connivencia igualmente concurre el crimen de lesa humanidad por trato cruel e inhumano a la población civil, y no solo por la muerte, la cárcel, el destierro y los pueblos cautivos, cubanos todos, sino también por la destrucción del folclor y la historia nacional.

“Si no sabes para dónde vas, regresa, para que recuerdes de dónde vienes”, dice el proverbio hindú, y quienes fundaron el Instituto, que sufrieron ellos mismos persecución y los horrores del presidio político en Cuba, procurando cumplir con ese apotegma nos han traído –para que recordemos de dónde venimos– los hechos históricos que nos ocultaron o tergiversaron, porque sin historia no hay nación, pueblo, ni país, sino al decir aristotélico, mero “montón de gentes”, como hoy es Cuba.

Abúlica, apachurrada cívicamente o, por nimiedades entre cubanos en gresca vociferante perenne, sin principios morales, transformada la cubanidad y lo cubano en chusma y en negocios ilícitos constitutivos de mafias, huidizas por cobardes de los costos de la libertad, prefieren ellos los cohechos y las holguras de las prebendas, sin importar si terminan en la cárcel.

A la cárcel, sí, por ladrón, o por corrupto, pero… ¡Oh, no por contrarrevolucionarios!, transformándose así una nación que estuvo en eclosión, laboriosa, productiva, pobre, pero honrada, en aldea de gentuza conducida contra quienes sí han llevado la patria en ellos, sin importar las consecuencias, durísimas, para los pocos que tuvieron valor para enfrentar al régimen totalitario, cuando a millones les enrollaron la coyunda, y aplaudieron. Oh, sí. Triste. Pero esa es la Cuba que nos toca investigar para escribir su historia.

Porque si de forma tangible, jurídica, el totalitarismo castrista en Cuba comienza a cimentarse tan temprano como el 7 enero de 1959, cuando por la primera reforma constitucional fue removido el Poder Judicial, abriendo camino así a los tristemente recordados “tribunales revolucionarios”, y ya para el 7 de febrero la Constitución de 1940 fue reformulada a conveniencias de la juricidad del “Estado revolucionario”, llamándola Ley Fundamental, lo cierto es que, desde el punto de vista histórico, psicológico y sociológico, desde muchísimo tiempo antes, quienes venían observando la personalidad de Fidel Castro, se percataron que había en él un dictador en ciernes, acumulando poder absoluto.                     

Según hemos apuntado en otras ocasiones, las dictaduras totalitarias comunistas se sostienen sobre una ideología que pretende ser milenarista y universal, con un partido único, dirigido por un dictador apoyado por un buró político, que son sostenidos por un sistema de terror físico y psicológico, que lo dirige el partido comunista, pero lo ejerce la policía política, ejerciendo unas veces jurisdicción “legal” y otras fuerza bruta, sobre la administración pública y todos los poderes del Estado, y, ciertamente, quedando el ciudadano en desventaja absoluta frente a un régimen totalitario que no solo controla inspectores, policías y jueces, sino también todas las armas, hasta las de aire comprimido, la prensa, la radio, el cine, la televisión, la internet y, particularmente y de forma centralizada, absolutamente toda la economía, partiendo de esta circunstancia, por simulación, la especialísima clase de “delincuentes revolucionarios”, que hoy podemos ver por todo Estados Unidos y no solo en Cuba.

La muerte de Raúl Castro, jefe real del régimen castrocomunista, necesariamente, no significará la caída de la dictadura. Esta se asienta no en una persona, sino en el partido comunista. Habiéndose adueñado de todos los poderes del Estado, y no solo del poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, sino también -unas veces podando y otras cortando raíces profundas- de lo que un día se llamó “clases vivas”, entiéndase, los estudiantes de las universidades, los gremios empresariales, los sindicatos, las profesiones liberales (abogados, periodistas y profesionales de las artes y el pensamiento), las mujeres y la ciudadanía toda, así, con tal emasculación, la dictadura totalitaria ha reducido el árbol nacional a un mero bonsái.

De todas formas, la muerte de Raúl Castro, como hecho histórico, con connotaciones sociales y psicológicas para todas las partes, a favor y en contra, sí marcará el inicio del fin del totalitarismo comunista en Cuba, por inoperante política y económicamente. Y llegado ese momento, el Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo, que ahora cumple 25 años en el exilio, deberá tener cátedra en Cuba, por la simple y sencillísima razón de que el problema de Cuba y de los cubanos no es cambiar de gobierno y de sistema político, sino que la traba consiste en transformar un pueblo de autómatas, sí, de maniquíes, en una nación de mujeres y hombres libres.

Pero esa suprema categoría humana, la de la libertad personal y nacional, los cubanos no la conseguiremos nunca sin el magisterio de la Historia, porque como dice el proverbio, “si no sabes para dónde vas, regresa, para que recuerdes de dónde vienes”. Y estaremos con los grilletes del totalitarismo todavía, sin saber lo que es la libertad, si no volvemos para saber que venimos de una democracia transformada en dictadura.



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