El sapingolo | ADN Cuba


¿Pelele o sapingolo? ¿En qué categoría se pudiera clasificar al hombre que Raúl Castro designó a dedo para ocuparse del triste destino de Cuba?

Un pelele es, según definición a vuelo de pájaro figura humana de paja o trapos que se suele poner en los balcones o que mantea el pueblo en las carnestolendas. De manera que decirle así a Miguel Díaz-Canel es inexacto, o no lo abarca, como tampoco podrá abarcar él el territorio de su esposa Liz si ambos siguen comiendo como lo hacen.

Digo que no es exacto decirle pelele porque el pueblo no lo mantea, sino que quiere arrastrarlo cuan largo es. No tiene decisión personal sobre nada, pero eso no significa que sea de trapo o pajas, aunque cerca de Santiago de Cuba vive una señora mayor que todavía se eriza al verlo, pero no es un erizamiento erótico, sino mítico. Y el pueblo cubano evita pararse en los balcones, ya saben por qué, y nadie en la isla conoce eso de las carnestolendas, sobre todo la primera parte de la palabra.

Sapingo o sapingolo le vendría mejor y sería más exacto. Más ajustado, aunque haya que estirarlo un poco. Pasé trabajo indagando, revisando, inquiriendo, investigando, buscando. En la vigésima primera edición del Diccionario de la Real Lengua Española, fechada en Madrid en 1992, busqué el término y no apareció. Pensé que Díaz-Canel no había nacido entonces o que ningún científico lo había descubierto -esas cosas demoran- pero no podía ser, dadas las canas en el moropo y la expresión de seboruco rodado que tenía.

Solamente encontré algo parecido a sapingo, y era esto: “Sapino: (Del latín sapinus) m. Abeto, árbol”. Y lo rechacé, porque es tronco, pero de yuca. Buscando sapingolo tropecé con esta: “Sapindáceo, a (Del latín mod. Sapindus, jaboncillo) adj. Bot. Aplicase a plantas angiospermas dicotiledóneas, exóticas, arbóreas o sarmentosas de hojas casi siempre alternas”. Y tampoco. El sujeto, por lo que ha predicado, es tormentoso, no sarmentoso. Entonces me dije que tenía que viajar hacia adelante en el tiempo, y por fin, eureka, di en el clavo.

Sapingo es un término despectivo usado en Cuba para decirle a alguien tonto. Según la Real Academia de la Lengua Española, sapingo “es voz recogida en varios diccionarios de cubanismos, donde se indica que se trata de un adjetivo despectivo con los sentidos de estúpido e inútil, que no vale para nada”. Y ampliando mi pesquisa también hube de tropezar con esto otro: “insulto usado contra una persona a la que se considera inoportuna, molesta, vaga, tonta o despreciable”.

Y por ahí sí iban los tiros. O para decirlo en aborigen antiguo: no pelele, sapingo, sapingolo. Mabuya, mabuya, coa, coa. Creo que es el adjetivo perfecto, idóneo, exacto, para alguien que quiere resolver un problema sin darse cuenta de que el problema es él, y que “quiere enfrentar los precios abusivos en Cuba a base de control popular comunitario”. No hay otra definición -y me ciño a lo estrictamente científico- para un alto dirigente en la isla que califica las protestas del pueblo como “comparsas” y que justifica las tremendas carencias de todo como “afectaciones”, sin entender que la que se afectó a todos y a todo, desde el mismo inicio, fue esa revolución que le han tirado encima como un muerto o un bilongo.

Hoy todos lo ofenden. Le dicen cosas malas y él no se da por aludido. En parte porque no se entera y en parte porque su mente no reconoce el mal, ni siquiera cuando le demuestran que el mal existe. Solamente lo acepta cuando tiene que ver con el bloqueo, cuando se lo ordenan, cuando alguien con carisma y algo de ternura, como su señora esposa o el general Raúl Castro, se lo dicen. Incluso es capaz de leerlo en los ojitos picarones de Vladimir Putin, tan lleno de veneno siempre.

Tal vez lo estamos mirando mal. Quizá lo han puesto ahí con un objetivo hermoso y humano, que el pueblo comprenda, al verlo, el daño que le puede hacer a una persona pensar. Alertar del deterioro que podría hacerle al organismo usar las células grises y el cerebro. Posiblemente apareció, con la anuencia criminal del Partido Comunista, para inspirar lástima en lugar de respeto, y que la gente que tiene más calle vea su candidez campesina y quiera tirarle un cabo a la pobre criatura.

Su historia es de lo más tierna y conmovedora. De niño era bastante educado. No se quejaba, aunque la pañoleta estuviera muy apretada y no dejara que la sangre circulara correctamente. Cada vez que pasaba cerca del busto de José Martí lo saludaba y le preguntaba por la familia, sobre todo por su mamá, Leonor Pérez. Aquello llamó la atención de sus maestros. Era raro en aquel tiempo ver a un niño así, tan mono, tan entusiasta con las cosas de la revolución, tan auténtico y tan idiota.

Al principio sus profesores creyeron que padecía de algún retraso, aunque era muy puntual, porque cuando pasaba cerca de una fotografía del comandante en jefe se quedaba parado largas horas, saludándolo militarmente, hasta que una persona mayor venía y lo agarraba suavemente de la mano. Por eso un día, en lugar de pasarlo de grado, de tercero para cuarto, lo hicieron miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas con solo 8 años, y antes del fin de curso ya era militante del partido.

Fue un caso de precocidad dirigentil. Un suceso que conmovió a todos, pues ya a los 11 años era dirigente a nivel municipal y muy pronto llegó al nivel provincial. Eran los años ochenta del siglo XX, y hubo que controlarlo porque quería participar en todas las obras de la revolución. Una noche su familia se vio obligada a cerrarle las puertas, porque ya estaba vestido de camuflaje, con la idea de ir a combatir en la guerra de Angola durante la madrugada, y estar de vuelta al amanecer para hacerse cargo de una asamblea de balance en la provincia.

No es extraño que haya dicho lo de la limonada como base de todo, y aquello de ser continuidad, porque así se sentía él mismo, una continuidad, es decir, la consecuencia de un error que se repite y sigue sin enmendarse. Es la razón por la que llamó al combate aquel 11 de julio por la televisión nacional y luego chapurreó, como pudo, el inglés en una visita en África. Hubiera sido un desastre si lo hubiera hecho al revés llamando al combate en el país africano y dirigirse a los cubanos en el lenguaje del enemigo.

Porque en el fondo, muy al fondo, es un poeta, un poeta de la tendencia sapingola o sapinga, pero poeta, al fin y al cabo. Un hombre que quiere parecer duro, capaz de “calificar lo ocurrido el domingo en Santiago como “intento de desestabilizar el orden interior de la Isla” y a acusar a “grupos reaccionarios asentados en Miami” de “montar una dinámica mediática articulada con incitadores”.

Lo único malo es que con él no hay esperanzas de un derrame cerebral. Nunca. Jamás.

 



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