el que “orienta” es quien dirige


LA HABANA, Cuba. – Parece que la cosa va en serio. Que lo de crear núcleos del Partido Comunista y la UJC al interior de las mipymes no solo fue una “sugerencia”, un chiste de mal gusto como para multiplicar por 12 el terror —en medio del paquetazo contra aquellos negocios privados que molestan al régimen—, sino que ha sido convertido en tarea de primer orden, en “ofensiva revolucionaria”. Ya a más de un mipymero le han tocado la puerta para preguntarle cuántos militantes hay contratados o a cuántos de los empleados cree con “cualidades” para comenzar el proceso de “crecimiento”, si son suficientes para crear un “comité de base” o si existe la posibilidad de unirse a alguno ya existente en la zona.

Sobre el asunto me han llegado varios testimonios de personas cercanas, de esas a las que, habiendo sido “combativas” militantes comunistas en el pasado reciente, hoy convertidas en empresarias “nada les importa la política porque lo suyo es hacer dinero”. 

De empresarios privados a los que, sin importarles cuán “apolíticos” hayan devenido luego del “sálvese el que pueda” de la Tarea Ordenamiento, le han impuesto plazos y cuotas para que comiencen sí o sí este nuevo “experimento” que, sin dudas, no solo buscaría reproducir en el sector privado el mismo tedio mediocre e ideologizante que corroe desde el interior al sector estatal sino que, mediante la premisa de que el Partido “orienta” al que “dirige”, planea tomar el control de cada uno de los negocios en detrimento de la voluntad de unos “dueños” que, de inmediato, pasarían a subordinarse a la organización política.

No hay exageración en lo que digo, porque tampoco hay ingenuidad ni improvisación en los objetivos de ese “genio” al que se le “ocurrió” inocular el germen de la ineficiencia, la improductividad, la irrentabilidad, de la nula creatividad, de la inercia y la apatía en un sector “privado” que, con los defectos y errores que sin dudas lo deslucen, ha demostrado poseer todas las grandes virtudes de las cuales carece por completo el sector estatal, precisamente porque en este todo, hasta la producción, se subordina al control político-ideológico.

Tal como sucede en cada una de las estructuras de gobierno y dirección del régimen, de acuerdo con el diseño de sus “creadores” para quienes está muy claro que en Cuba solo dirige en la concreta quien dice limitarse a “orientar”. 

Así, por ejemplo, un militante del Partido en una empresa, si se lo propone y sabe bien cómo hacerlo, podría remover de su cargo a un directivo o vetar una decisión de este. Igual, a nivel de territorio, un secretario del Partido es más importante que un gobernador, tal como, a nivel de país, el primer secretario del PCC, de no estar en manos de la misma persona, estaría por encima del presidente, aunque siempre por debajo de cualquiera de las llamadas “figuras históricas”, es decir, aquellos generales y comandantes que aun sin ocupar cargos políticos o de dirección siempre tendrán la última palabra, aunque esta se oponga a la decisión más inteligente y conduzca a cometer una y otra vez los mismos “errores” (tal como estaría pasando en este instante con las mipymes).

Solo por eso, y no por una cuestión de “procedimientos” y “reglamentos”, durante sus primeros meses como presidente, Miguel Díaz-Canel no heredó el secretariado del PCC que Raúl Castro retuvo el tiempo necesario quizás para cerciorarse de que, aunque por descarte, había hecho una “buena elección”, para dejar un heredero público (tan solo eso) que, aunque hoy detenta los dos poderes, tiene bien claro que por encima del Partido, del Consejo de Estado, y del de Ministros, de la Asamblea Nacional y hasta del Pipisigallo, hay un “consejo de ancianos”, una cúpula militar y, sobre todo, un apellido.

Desde esa perspectiva es mucho más fácil prever cuáles serían las consecuencias del “experimento”, del cual solo saldrán mal parados aquellos negocios que previamente han sido “marcados” para hacerlos explotar desde adentro, de modo que el “plan de ataque” se revele como una implosión, resultado del enfrentamiento entre dueños y empleados (empleados “militantes”) y no de una cacería de brujas.

Ya podemos visualizar los escenarios posibles, al mismo estilo de los escenarios que conocemos en las empresas estatales, donde lo común no es que los militantes hagan “explotar” al directivo por corrupto o “mal dirigente” sino que se confabulen unos y otro haciendo mucho más enmarañado, largo, denso y profundo ese núcleo de corrupción e inmoralidad que no pocas veces coincide con los núcleos partidistas. 

Y todos los que hemos trabajado alguna vez “para el Estado”, sabemos que por lo general para arreglar una empresa, una institución, un ministerio solo bastaría con eliminar las organizaciones políticas y de masas que los parasitan. Pero no hay modo fácil de hacerlo, a nadie le está permitido ni siquiera intentarlo porque la esencia controladora del sistema es, además, parasitaria —que hasta pudiera ser sinónimo de “partidista”— y primero estarían dispuestos a desaparecer una empresa, por muy eficiente y productiva que sea, antes que poner en riesgo el núcleo que la controla políticamente.

Ese, el peor de los escenarios, pasará solo con las mipymes que les molestan aun cuando en “bancarización” y “disciplina”, en “honestidad” y “buen desempeño” obtengan calificaciones de 120 sobre 100. Si lograran sobrevivir a inspectores y auditores, a policías y fiscales, posiblemente no lo hagan cuando la bomba, de reloj, les estalle dentro.



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