LA HABANA, Cuba. — Como bien se conoce, el pasado fin de semana fue noticia el llamado Encuentro de Palenque, que en un plano más formal recibió el nombre de Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno sobre Migración. Fue un cónclave convocado por el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), para encontrar paliativos o soluciones a la crisis generada por el gran número de migrantes que, al dirigirse hacia Estados, pasan por el país azteca.
Al evento concurrió no sólo el mandatario anfitrión. También lo hicieron sus homólogos de Colombia, Gustavo Petro; Venezuela, Nicolás Maduro; y Honduras, Xiomara Castro. Asimismo hubo representantes de Belice, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití y Panamá. Brilló por su ausencia la dictadura orteguista de Nicaragua, que no asistió pese a su honda involucración en el asunto.
Nuestro país, por su parte, estuvo representado por el flamante “presidente de la Continuidad”, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Por cierto, este Jefe de Estado, electo por apenas 605 compatriotas y ratificado en el cargo por un número aún menor, estimó pertinente comenzar su discurso por un tema bien alejado del tema que los había congregado a todos: el de la guerra Israel-Hamás.
Ahora resulta que los filos de la retórica castrocomunista se dirigen no sólo contra “el Gran Totí” (Estados Unidos), que el régimen de La Habana ha seleccionado hasta el momento como enemigo perpetuo de la Gran Antilla. Dijo Díaz-Canel: “Nuestras primeras palabras expresan una enérgica condena al genocidio y la agresión que ejecuta Israel contra el pueblo palestino”. Ni una sola palabra sobre las salvajadas perpetradas por el grupo terrorista Hamás al iniciar la actual etapa de hostilidades.
En su discurso ante la Cumbre, el actual mandamás formal de Cuba se consagró, en lo fundamental, a repetir los lugares comunes de la retórica comunista con respecto a “la hostilidad de los Estados Unidos hacia nuestro país”. Según él, esta política posee “tres componentes fundamentales”: “el bloqueo económico”, el “tratamiento privilegiado a los cubanos” y la “Ley de Ajuste Cubano”.
Pero más allá del habitual blablablá rojo, debemos reconocer que el gobernante no electo por el pueblo cubano dijo una gran verdad: “La causa fundamental de la migración irregular está en las condiciones socioeconómicas de los países de procedencia”. Sólo le faltó puntualizar que, en nuestro caso, esas “condiciones socioeconómicas” están determinadas por la catástrofe actual, producida por el inviable sistema del socialismo dirigista aplicado a ultranza durante más de medio siglo.
El Encuentro de Palenque culminó con una Declaración Conjunta. En ella abundan lugares comunes: mención al flujo migratorio “sin precedentes”; rechazo a “medidas coercitivas” (alusión a Cuba y Venezuela); promesas de un “diálogo al más alto nivel”; denuncia de las “políticas erráticas en materia de migración” por parte de “los países de acogida, sobre todo Estados Unidos”; necesidad de políticas que “respeten el derecho humano a migrar, resguardando la vida y la dignidad de las personas migrantes y sus familiares”.
Uno de los participantes hizo un planteamiento más ambicioso: “La declaración de Palenque que hemos suscrito los jefes de Estado, de Gobierno, así como los jefes de misión que hemos atendido la convocatoria, marcará un antes y un después en las políticas relacionadas con la migración”, declaró Félix Ulloa, vicepresidente de El Salvador en un mensaje dirigido a los medios.
Entre esas poses y generalidades, se formuló una solicitud más concreta. El párrafo final de lo leído por la secretaria de Relaciones Exteriores de México, Alicia Bárcena, fue del siguiente tenor: “Los jefes de Estado y de gobierno acordaron agregar un acápite adicional que lee: Proponer a los gobiernos de Cuba y Estados Unidos a sostener en el menor tiempo posible un diálogo integral sobre sus relaciones bilaterales”.
La redacción del pasaje no es la mejor, pero más allá de la sintaxis, hay un hecho evidente: Por supuesto que esa cláusula no se hubiese incluido en la declaración si el gobierno castrista no hubiese estado de acuerdo. Es probable que la propuesta formal haya sido formulada por otro de los participantes (posiblemente el anfitrión AMLO). Ese detalle seguramente se conocerá más adelante, pero parece secundario.
Lo evidente es que, de acuerdo a las reglas de la diplomacia, los asistentes no hubieran convenido en formular esa invitación de no haber mediado una anuencia clara de la delegación del único de los dos países aludidos que estaba representado en el cónclave: la República de Cuba. A eso se suma la declaración a la prensa formulada por un importante vocero del régimen.
Me refiero al vicecanciller de la Isla, Carlos Fernández de Cossío, quien, refiriéndose a las relaciones cubano-estadounidenses, formuló ante la prensa una declaración que terminaba del modo siguiente: “Acogemos y aceptamos la invitación que nos hace la región, en el comunicado, a estar dispuestos a sentarnos a dialogar sobre los problemas entre los dos países, las relaciones bilaterales de un modo integral”.
El solo hecho de que la Cumbre formulase la referida “invitación” la rápida aceptación de la misma que hizo un portavoz oficial del castrismo, y la virtual negativa de este a responder preguntas de la prensa (pues el señor Fernández de Cossío, tras terminar de dar a conocer la declaración, dio las gracias y se retiró velozmente del lugar) me indican una sola cosa: que, como reza el refrán, los castristas “están pidiendo el agua por señas”.
¿Cómo, si no, comprender este súbito cambiazo a una política enunciada hace dos tercios de siglo por el fundador de la dinastía! ¡Todavía en 1958, antes de su trepa al poder, el señor Fidel Castro envió a Celia Sánchez la carta en la que anunciaba su propósito de iniciar una guerra a ultranza contra los Estados Unidos!
Habrá que ver cómo reacciona la actual Administración de Washington a la “invitación multilateral” y a la rápida “aceptación cubana”. Pero, en medio de la situación catastrófica y lamentable que presenta hoy nuestra Patria como consecuencia de las políticas inviables mantenidas por el régimen durante más de medio siglo, sólo cabe repetir la conocida frase alada: En verdad, “los hechos son una cosa muy testaruda”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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