LA HABANA, Cuba.- Siempre que transité por las calles Galiano, Águila, o San Rafael, me tentaba entrar a la tienda Fin de Siglo por alguna de sus cuatro puertas que daban a estas calles, montar en su escalera eléctrica, recorrer todos los pisos y departamentos, siempre abarrotados de mercancías, y de paso refrescarme con su buen aire acondicionado.
Esta tienda, que ocupaba gran parte de la manzana, era la segunda más importante de Cuba después de El Encanto, que se hallaba a un costado, por San Rafael.
Con varias sucursales en el resto del país, Fin de Siglo era considerada una de las mejores tiendas de América Latina. Era un establecimiento bello, donde se podía adquirir objetos muy variados. Las amplias opciones incluían ropa, peletería, perfumería, platería, juguetería, cristalería, joyería, librería, sombreros, sedería, un atelier de confecciones a la medida, y hasta panes y dulces elaborados allí, en un espacio destinado a ellos. Los empleados, uniformados, eran muy atentos y brindaban un servicio excelente.
La amplitud y simetría de los pasillos de la tienda permitían caminar y observar las mercancías con gran comodidad, así como los precios. En la tienda había amplios baños para hombre y mujer, los cuales tenían espejos, que permitían a los clientes, sobre todo a las presumidas damas, el arreglo de su atuendo.
Rodeado de grandes vidrieras por cada calle, para la exhibición de sus productos, era bien fácil identificar aquello que se deseara ver, para después comprarlo si convenía al cliente.
La historia de Fin de Siglo comenzó cuando los hermanos Antonio, Juan y Miguel Sisto Vázquez, que procedentes de Galicia llegaron a Cuba a buscar fortuna, unieron sus ahorros y en 1897 establecieron un Bazar en San Rafael #21 esquina a Águila (el año en que se creó la tienda es el porqué del nombre, que mantuvo siempre).
Los hermanos Vázquez prosperaron y en 1921 levantaron un edificio de cinco pisos, que fue ampliado más adelante luego de que compraran espacios colindantes.
Con el tiempo dirigiría el negocio y se convertiría en el principal accionista el hermano menor de los Vázquez, que vino de España con nueve años y había estudiado comercio en La Habana.
Agregaron después en el negocio al sobrino Manuel Dopico Sisto, a quien con 12 años lo enviaron a Londres a estudiar comercio e inglés, y en 1937 fue para Manhattan, Nueva York, como Jefe de Compras en el exterior.
La fama de Fin de Siglo fue tal que logró insertar publicidad a página completa en periódicos y revistas de entonces, como Social y Carteles, algo que solo podían permitirse los grandes almacenes con mucha prosperidad.
El crack de 1929 casi arruina a los Vázquez. Después, la Ley de Nacionalización del Trabajo que dictara el gobierno de Ramón Grau San Martín en 1933, hizo que requirieran el auxilio del médico cubano Amado Grabiel Lavín, quien se convirtió en accionista y gerente mayoritario de la tienda desde ese momento.
Cuando el 13 de octubre de 1960, por la ley 890, el régimen de Fidel Castro nacionalizó no solamente las 13 grandes tiendas por departamentos, sino también 382 empresas más, comenzó la debacle de Fin de Siglo. El desabastecimiento hizo que en pocos años la tienda se vaciara de mercancías.
El último pantalón que compré allí tenía buena calidad (seguramente se importó antes de 1959) y lo adquirí con la desaparecida libreta de productos industriales.
Hace varios años, al no tener nada para ofertar, llenaron la planta baja de la tienda con productos ociosos de diferentes empresas. Pero pronto también se acabaron. En ese tiempo compré una cinta de máquina de escribir y una cámara fotográfica rusa marca Zenit E, que fue el modelo más moderno que entró al país después de 1959.
El último uso que dieron a la afamada tienda fue para rentar pequeños espacios a vendedores cuentapropistas. Un tiempo después los obligaron a salir del sitio para distribuirlos por los alrededores en otros locales vacíos pues, según decían, iban a restaurar la gran tienda. Pero todo quedó en las intenciones.
Hoy la tienda está cerrada, rodeada por una valla de metal puesta allí hace años para dar la impresión de reparación. Pero lo único que se ha conseguido es que detrás de la cerca haya montones de basura y una pestilencia infernal.