Desafectos y colaboradores del régimen


MIAMI, Estados Unidos. – Ya se disipa el ciclo noticioso que acompañó el fallecimiento del escritor Eduardo Heras León. En muy poco tiempo, luego de recibir el encomio del régimen, en el que se destacó su participación como soldado en los combates de Bahía de Cochinos y el Escambray, contra los enemigos de la Revolución, será olvidado como sus coterráneos Luis Rogelio Nogueras, Manuel Cofiño, Roberto Fernández Retamar, Onelio Jorge Cardoso y hasta el propio Nicolás Guillén.

Los numerosos discípulos de Heras León, paradójicamente casi todos exiliados, se apresuraron al elogio de la persona que fue, haciendo la salvedad, sin embargo, de no compartir su ideología afín a la dictadura. 

Imagínense por un momento el siniestro departamento de la policía política donde se traza el destino de los intelectuales y artistas desafectos o colaboradores.

Gracias al documental El caso Padilla, de Pavel Giroud, pudimos asomarnos al modus operandi del régimen para desacreditar públicamente a un escritor que se resistía a entrar por el redil.

No menos reveladores resultan los discursos que generalmente acompañan la entrega del llamado Premio Nacional de Literatura, en los cuales los encartados tienen la oportunidad tramitada de relatar sus desavenencias con la dictadura, cuando fueron injustamente atormentados por haber escrito libros impropios para el “momento histórico” o porque algo en sus vidas personales no coincidía con la hombradía que se esperaba de un representante de la intelectualidad nacional.

Al ser distinguido con el mencionado premio, Eduardo Heras León hizo un recorrido por su niñez de pobreza, como limpiabotas, antes de 1959, y de cómo luego se abrió paso en el mundo de la cultura hasta el tropiezo de su castigo, durante el llamado “Quinquenio Gris”, durante el cual escribió un libro de cuentos inoportuno sobre la experiencia en el Ejército.

En lo personal, el escritor fue mortificado durante cinco años porque traicionó los principios del llamado “hombre nuevo”, hecho que resultó más grave en su caso por ser de la raza negra, magnífico artillero, campeón de ajedrez y becario en la Unión Soviética.

Era el tipo de intelectual que hasta el propio general Raúl Castro consideraba paradigmático. Sus errores fueron reformados con saña.

Cuando lo recuperaron, nunca resultó ser una persona de absoluta confianza como Carlos Martí, Miguel Barnet, Abel Prieto, Omar González, Guillermo Rodríguez Rivera y más recientemente Víctor Fowler, quienes se ganaron la afinidad de la dictadura a golpe de alabanza deleznable.

Fungió como subdirector de Literatura en el Instituto Cubano del Libro, donde yo laboraba por entonces, a finales de los años 80, y en una de nuestras numerosas conversaciones, donde no dejaba de mirar sobre sus hombros atemorizado, me confesó que en aquellos años duros, de profundo sufrimiento, estuvo a unos instantes del suicidio.

Tratando de desempeñar, con cierto desinterés, aquella labor administrativa había escrito un cuento largo sobre un joven recluta que vivía con una señora mayor, de la que beneficiaba para avanzar en su vida citadina, y que luego la abandonó por alguien más joven. 

Era como una suerte de renacer de su obra y así lo compartía con la esperanza de volver a ser considerado un escritor de valía.

Al principio de los años 90, cuando tomé el camino del exilio, me lo encontré inesperadamente en los predios del Miami Dade College; si mal no recuerdo se encontraba de visita durante una Feria del Libro. 

Me saludó con afecto y supe de su felicidad por haberse podido tomar una foto con Mario Vargas Llosa, que debía guardar a buen recaudo.

En los años finales de su vida, el régimen le creó un nicho para que siguiera siendo el mentor literario por antonomasia de nuevas generaciones de escritores cubanos, a la manera de un émulo como Salvador Redonet. 

Me lo imagino elogiando públicamente las oportunidades de la Revolución mientras dejaba conocer su desesperanza, como lo hizo tantas veces en nuestra oficina del Palacio del Segundo Cabo, cuando la seguridad de no estar conspirando se lo permitía.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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