Que el juego de fuerzas se inclina del lado de la dirección en cualquier institución es algo aparentemente natural, dentro de ciertos límites. En el caso de la universidad española pública, el principio de autonomía puede entrar en contradicción con los de transparencia y rendición de cuentas, fundamentales en una institución pública. Esto sucede cuando las leyes no logran poner barreras que frenen la manipulación, es decir, cuando las condiciones formales permiten que los candidatos a rector tejan redes clientelares que les permitirán, de facto, controlar los órganos de gobierno. Esto explica el oneroso caso actual de la Universidad de Salamanca (USAL), donde su rector ha sido acusado por distintos medios, nacionales e internacionales, de malas prácticas.
Cuando el Comité Español de Ética de la Investigación insta a la USAL a que investigue el caso, pasa lo esperado, que la comisión creada al efecto no reúne los requisitos mínimos de imparcialidad, por lo que sus conclusiones son exculpatorias. Es verdad que en las sociedades transparentes, la libertad de expresión y sus vehículos tecnológicos impulsan una suerte de control social informal que hace que muchas infracciones se evidencien, como cuando nos hacen una foto por correr más de la cuenta en la carretera. Pero entonces, ¿cómo es posible que, ante las pruebas publicadas, buena parte de los miembros de esta comunidad universitaria las ignoren o las nieguen?
Cuando alguien me hace esa pregunta le recuerdo que hay gente que niega el Holocausto y la covid-19. También los hay, y no pocos, que creen que el mortífero virus fue planificado por ciertos gobiernos. ¿Por qué habría de sorprendernos entonces, que en el medio salmantino más leído, su director comience un artículo diciendo que “algún día sabremos a qué responde la inquina del Gobierno de Pedro Sánchez y de sus excrecencias mediáticas contra el rector de la Universidad de Salamanca”, a pesar de las retractaciones de artículos de revistas internacionales y de los informes acusatorios de investigadores independientes?
Algunos dicen que este caso es digno de atención porque pone de manifiesto los defectos del sistema de investigación que rige nuestras vidas como académicos, basado en la competencia por acumulación de citas. Siendo cierto, creo que refleja problemas más hondos. Remite a una crisis global de la ética de la responsabilidad, causada por múltiples factores y que toma la forma de la polarización radicalizada entre alianzas de subsistemas sociales diferentes.
En este affaire, se ha puesto claramente de manifiesto el contubernio de actores del mundo político, mediático, empresarial y académico, tanto en el ámbito local como en el regional. Sirva como botón de muestra, aparte de la cita recogida, la actitud de la Junta de Castilla y León, a quien pertenecen las competencias en materia de educación. Me pregunto si sucedería lo mismo en Cataluña, por poner un ejemplo. ¿Guardarían allí las autoridades responsables un silencio tan clamoroso que hace sonrojar a la misma complicidad? ¿Es que sigue siendo cierto aquello de que “ancha es Castilla”, sobre todo la carpetovetónica?
Parece que nuestro bendito Unamuno dijo que esta universidad —supongo que se puede aplicar a todas— era el templo de la sabiduría, siendo el rector, que en aquel momento era él mismo, su sumo sacerdote. Un siglo más tarde tenemos a un rector que no parece ser sabio, porque no rectifica. Antes al contrario, parece actuar como lo hacían los perseguidos por la justicia en la Edad Media al refugiarse en los templos, acogiéndose a lo sagrado. Tenemos después a una parte del profesorado en cuyos rostros y conversaciones no veo asomar una pizca de preocupación por el tema. Otros, y no precisamente por estar pendientes de sus plazas, confiesan miedo, haciendo que se revuelvan en sus tumbas sus maestros encarcelados por Franco.
Luego están los estudiantes, cuyo silencio surte el mismo efecto en los cementerios —o en los sofás, si están vivos— entre aquellos de sus compañeros que se la jugaron en Mayo del 68. Queda por fin un pequeño grupo, que no sé si aumenta o disminuye, de colegas que nos sentimos indignados e impotentes, pillados en la trampa de la autonomía universitaria, rogando al espíritu de Unamuno que nos infunda fuerzas para creer en sus palabras: “Mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva”.
Fernando Gil Villa es catedrático de Sociología en la Universidad de Salamanca y coordinador del Plan Estratégico de la USAL 2018-23.