Me acuerdo de conocer a Björk en un concierto de la plaza mayor de Reikiavik el día en que fue a buscar su libro Um Úrnat a la imprenta. Iba camino de casa con una caja de lápices para colorear los dibujos.
Me acuerdo de nuestras conversaciones sobre cine japonés, y en especial de la pasión que sentíamos por Onibaba y la loca metamorfosis de Tetsuo, el hombre de hierro.
Me acuerdo de Björk y Sigtryggur haciendo los coros y la percusión de mi recital poético en la inauguración de la exposición de la obra tardía de Alfreð Flóki.
Me acuerdo del día que Þór me contó que tenía una nueva novia, Björk, y que había sido ella la que le había pintado esas manchas de leopardo en los antebrazos.
Me acuerdo de nuestra admiración compartida por los relatos y la pintura de Leonora Carrington.
No me acuerdo mucho de cuando bebimos absenta en Praga después del concierto de los Sugarcubes en el verano de 1990.
Me acuerdo de ir al cine con Björk y Þór para ver Pesadilla en Elm Street y pasarme toda la película preocupado por ella porque ya estaba muy embarazada de Sindri. Luego me contó que no le había dado ni un poquito de miedo. Aun así, no he podido volver a ver esa película.
Me acuerdo de Björk antes de conocerla, cuando tomábamos el mismo autobús desde nuestro barrio de Breiðholt hasta el centro.
Me acuerdo del concierto de KUKL en Berlín, donde tocaron con Einstürzende Neubauten, y lo orgulloso que estaba de que mis amigos islandeses estuvieran a la altura de un grupo berlinés que ya era una leyenda.
Me acuerdo de Björk vendiendo hortalizas a las puertas del mercado callejero de Reikiavik.
Me acuerdo de que Björk fue la primera de nuestra banda en hacerse un tatuaje. Se lo hizo Helgi Tattoo, un artista tatuador legendario que había perfeccionado sus destrezas junto a los Ángeles del Infierno de Ámsterdam.
Me acuerdo de Björk leyéndome el I Ching después de una larga discusión sobre astrología china.
No me acuerdo de cómo pasó Björk un viaje en ferri que hicimos juntos de Copenhague a Hamburgo en 1986, pero yo estuve todo el trayecto deambulando por la bodega de coches y delirando por culpa del mareo.
Me acuerdo de discutir con Björk sobre André Breton y lo dogmático que era. Me advirtió que ni se me ocurriera volverme como él.
Me acuerdo de nuestro amor compartido por un cierto tipo de música que no debía gustarte si querías ser oscuro y guay: Donna Summer, el pop islandés de los años 60, las bandas de guitarras africanas, la música disco alemana.
Me acuerdo de las conversaciones sobre la Historia del ojo de Georges Bataille y Die Wurliblume, de Jo Imog, libros oscuros y peligrosos, y de cómo este último proporcionó a Björk la inspiración para escribir Birthday.
Me acuerdo de que cocinábamos juntos, casi siempre cantidades ingentes de sopa a partir de la nada para un montón de gente que estaba escuchando música en el césped de fuera.
Me acuerdo de bailar y cantar a gritos la canción Rock Lobster de The B-52’s con nuestros amigos.
Me acuerdo de Björk cuando llevaba bombín.
Me acuerdo de Björk en su primer día como madre.
Me acuerdo de la colección de tubos de escape de Björk.
Texto inédito del poeta, novelista y guionista islandés Sjón incluido en el libro Björk. Una constante mutación, que publica Nórdica el 21 de octubre.