Apenas perceptibles a la vista (eso los más grandes), los microplásticos están en el mar, en los ríos y lagos, pero también en el hielo de los polos y los más alejados suelos del planeta. Su tamaño los hace tan biodisponibles que se confunden con el plancton marino, entrando así en la cadena trófica en cuya cúspide están los grandes depredadores, por encima de todos, los humanos. Estos llevan décadas comiendo, bebiendo y hasta respirando plástico. Hace solo 20 años, un grupo de científicos introdujo por primera vez el término microplásticos. Ahora, estos mismos investigadores publican una revisión, hoy jueves en la revista Science, con lo que se ha descubierto en este tiempo. Su conclusión es que la acumulación de datos sobre su elevada presencia en el ambiente y sus peligros es tal que exigen una acción global para reducirlos.
El plástico no lleva tanto tiempo siendo la base de la infraestructura de las sociedades humanas. Investigado y sintetizado entre finales del siglo XIX y el XX, su producción masiva no se inició hasta 1950. Una década después, primero los pescadores y después los científicos, alertaron de la presencia residuos plásticos en los océanos. Para finales de los 70, ya había decenas de estudios sobre la acumulación de trozos más pequeños confundidos entre el plancton en el mar del Norte, en el de los Sargazos, en el Caribe, en el Atlántico sur… Pero no fue hasta 2004 cuando empezó a hablarse de los microplásticos, cuando la revista Science publicó un pequeño artículo en el que sus autores mencionaron el término por primera vez. Para entonces, el plástico se había convertido en esencial para la civilización humana.
El profesor de la Universidad de Plymouth Richard Thompson fue el primer autor de aquel texto que buscaba explicar la incongruencia entre las cifras de plástico producido y el que se contaba en el mar, dando con la clave, la presencia de incontables trocitos cada vez más pequeños. “Tras 20 años de investigación, hay pruebas claras de los efectos nocivos de la contaminación por microplásticos a escala mundial”, dice Thompson, que firma un nuevo trabajo, también en Science. El trabajo es una revisión de lo que la ciencia, con más de 7.000 estudios publicados, ha aprendido la ciencia sobre estas pequeñas creaciones humanas. Lo primero es su omnipresencia. Primero fueron detectados en el mar, pero también están en la atmósfera. La investigación de su presencia en los suelos es más reciente, pero según esta nueva revisión podría hasta triplicar la concentración en los mares. En conjunto, se espera que, para 2040, la cantidad llegue a más que doblarse.
“Todavía hay incertidumbres, pero durante los 20 años transcurridos desde nuestro primer estudio, la cantidad de plástico en nuestros océanos ha aumentado alrededor de un 50%, lo que solo enfatiza aún más la necesidad apremiante de actuar”, sostiene en una nota Thompson. Además, los plásticos y microplásticos han llegado muy lejos de donde fueron usados. Así, la basura plástica generada en Europa y América del Norte acaba en el círculo polar ártico arrastrada por la corriente. Allí, la acción del tiempo, la radiación solar, las olas… lo van descomponiendo en trozos más pequeños. Es ya como microplásticos que llegan hasta las montañas. En el Pirineo, por ejemplo, se puede encontrar una concentración de estas partículas muy similar a la que pueda haber en París o en las industriosas ciudades chinas.
Con un tamaño de unas micras, los microplásticos se confunden con el plancton del que se alimentan muchas especies o es ingerido accidentalmente. Llegue como llegue, ya se ha documentado su presencia en el interior de ejemplares de más de 1.300 especies de peces, aves y mamíferos. Desde los intestinos de las anchoas o las sardinas, pasando por el estómago de delfines y gaviotas, llegando hasta los testículos de los humanos. No hay pruebas definitivas de que esta presencia tenga que ver con que la calidad del esperma humano haya bajado a la mitad en el último medio siglo, pero ahí está la correlación temporal. Solo en los últimos años se está avanzando en el conocer el impacto en la salud de los seres vivos. Primero fueron los experimentos con ratones, pero ya empiezan a aparecer trabajos que documentan cómo la presencia no ya de microplásticos, sino de nanoplásticos en el interior del cuerpo humano multiplica el riesgo de sufrir un infarto o un ictus.
En el trabajo de Thompson alertan sobre estos nanoplásticos, dos o tres órdenes de magnitud más pequeños que los microplásticos. Como dice la investigadora de la Universidad de Cádiz, Carmen Morales, “cuanto más pequeños, más biodisponibles”. Pero enseguida reconoce que son los grandes desconocidos, “debemos refinar las metodologías para detectarlos, para saber qué son, de dónde procede”, añade. Si se parte de las primeras clasificaciones en función de su origen, hay dos grandes tipos de micro y ahora nano plásticos. Los primarios y los secundarios. Aquellos son los que en origen ya eran micro, como las fibras que es desprenden de un jersey, las miniesferas que se usaban en algunos cosméticos, los pellets o los minúsculos trozos que pierden los neumáticos cada vez que nos pasamos de frenada. Pero, según la revisión del profesor británico, la mayor proporción se corresponde con los segundos, que proceden de la fragmentación de trozos de plástico más grandes hasta que se vuelven primero micro y después nano. Una de las conclusiones del estudio es que el ritmo de llegada de más plástico al entorno es mucho más rápido que el lento proceso por el que sus componentes básicos son asimilados por la Tierra por medio de su mineralización.
La ilusión del plástico biodegradable también es destacada en la revisión realizada por Thompson. Como recuerda Morales, que no ha participado en este trabajo, “en realidad muchos que se anuncian como biodegradables, lo que hacen es fragmentarse en trozos más pequeños”. Y eso tiene la paradójica consecuencia de que lo que se dice como más amigable con el entorno, en realidad es más dañino, ya que acelera la descomposición del plástico, facilitando así su ingesta o introducción en los seres vivos. Desde 2019, la Comisión Europea ha prohibido la fabricación y comercialización de plásticos oxobiodegradables, que se apoyan en la acción del oxígeno para su descomposición hasta quitarlos de la vista humana, aunque el plástico siguiera ahí.
Tanto Thompson como Morales son miembros de la Coalición de Científicos para un Tratado Efectivo sobre los Plásticos. Asesoran y también presionan a los Estados en favor de una reducción de nuestra dependencia del plástico. “La mayoría de las medidas colocan la responsabilidad en los consumidores, cuando las más efectivas debería estar más arriba, en el inicio de la cadena”, dice Morales. En noviembre, Naciones Unidas tendrán quizá la reunión definitiva para lograr un acuerdo mundial vinculante. La investigadora española pone de ejemplo al Tratado de Montreal sobre los CFC, que en 1987 prohibió la fabricación de los gases CFC, por ser los causantes del agujero de la capa de Ozono, con una fase de transición. “No se trata de eliminar los plásticos a cero, sino de analizar los que son esenciales y los que no, de buscar alternativas”, termina Morales. 30 años después de aquel acuerdo, el agujero de la capa de ozono empieza a recuperarse.