¿Lo importante no es llegar primero?


LA HABANA, Cuba. – A Cuba le creció, hace algo más de 60 años, una enfermiza vocación de llegar primero a todas partes, aun cuando supiéramos que, como dice el dicho, “lo importante no es llegar primero sino saber llegar”. Eso dijeron siempre mis mayores y los mayores de mis mayores, pero muy pronto cambiarían las cosas. Todas las cosas cambiaron cuando llegó Fidel con sus contingencias, esas chiripas que se volvieron esenciales y, sobre todo, destructivas. 

Las contingencias colmaron a la nación cubana. Las contingencias llegaron con Fidel Castro y se llamaron Fidel Castro. Con Fidel Castro llegó la Zafra del 70, y la zafra del café en aquel Cordón de La Habana, que no resucitó a la muerta producción y que ni siquiera pudo garantizar el cafecito mañanero. Con Fidel nació Ubre Blanca y decreció la producción de leche. Con Fidel nacieron todos los males, y sobre todo las contingencias, y sobre todo los apuros.

Con Fidel nacieron las contingencias, quise decir las fatalidades. Con Fidel nacieron las grandes campañas; la alfabetización y luego los “destacamentos pedagógicos”, la municipalización de las universidades, y la salud para todos, y hasta los Comités de Defensa de la Revolución en cada una de las cuadras del país para chivatear a quien no cumpliera a pie juntilla los antojitos de Fidel Castro. 

Y en contingencias, en contingentes, sucedieron las múltiples escapadas del país. En contingencia fecundaron a las vacas y las vacas produjeron en contingencia inspiradas en el espíritu de Ubre Blanca, la vaca preferida por Fidel, el contingente en jefe, el de las grandes incontinencias verbales y las muchas contingencias. En contingencia, y a la carrera, se hicieron guerras y se provocaron muertes, muchas muertes. 

Todo en Cuba se volvió una contingencia, todo se volvió un corre-corre, un trucutú, un babiney, un llegar primero a cualquier parte y pagando cualquier precio, una especie de “quítate tú pa’ ponerme yo”. Y eso hizo que en Cuba todos quisieran ser el primero de la cola, sin disyuntiva, y sobre todo porque puede que no alcances eso que están vendiendo. 

En Cuba tienes que ser el primero en la cola para subir a la guagua si es que quieres llegar primero, o al menos cerca de la hora. Y lo mismo hace el chofer de la guagua, y el chofer del almendrón. Si no te apuras viene otro y te roba el pasajero, el dinero que te pagará el pasajero por llevarlo de un punto a otro, y por eso también se compite.

Y tanto apuro resultó, algunas veces, devastador. Ese corre-corre castrista nos golpeó a todos desde la mexicana casa de María Antonia. Ese corre-corre es el culpable de las terribles consecuencias que vivimos, y sobre todo del desastre económico y moral. 

Fidel Castro, y sus urgencias, tuvieron la culpa de todos los desastres que en Cuba han sido. Y tanto es así que hasta he llegado a creer que los comunistas tienen la culpa del acoso que nos dedica ahora mismo el polvo del Sahara. Sospecho que tanta premura, que tanto corre-corre llenó de calamidades a la Isla. Y por ese corre-corre me llevé ahorita un susto enorme. 

Caminaba por la calzada del Cerro cuando miré a uno de esos viejos autos, que puede ser cualquier auto de La Habana, uno de esos a los que desde hace algunos años llamamos almendrones. Yo vi al auto cuando quiso sobrepasar la calzada de Primelles para adelantarse en la Calzada del Cerro y montar a tres posibles pasajeros que le hacían señas. Y lo intentó, lo intentó, mientras un semejante hacía lo mismo.

Y uno de ellos esquivó el golpe y la estrategia lo llevó a salirse de la calzada subiéndose a la acera. El auto se montó en la acera y casi llegó al portal de esa cafetería que fue, y ya no es, El Cerro Moderno. Y yo todavía tengo palpitaciones. Y pienso en la ecuanimidad que perdimos, y trato de fijar la fecha en que la perdimos. ¿A dónde vamos a parar, a dónde? 

El intruso, el chofer inoportuno, trató de sobrepasar al otro en la Calzada del Cerro para conseguir pasajeros con los que llenar su almendrón. El chofer quiso conseguir dinero con el que llenar los bolsillos, para asumir el desquiciado aumento de los precios de la gasolina, del pollo y el aceite, para asumir el precio, que ya sobrepasó las nubes, del dólar y del euro. 

Y es que llevamos mucho tiempo viviendo en contingencia, en una defectuosa contingencia, sin orden, sin coherencia, sin armonía. Y es que la realidad es un espanto. Caminamos en medio del caos, sin saber cómo establecer relaciones positivas con los demás, y lo peor es que vivimos en un triste desencuentro, en una contradictoria relación con nuestros semejantes, y sobre todo con la certeza de que si el otro llega primero ese “llegar primero” es en detrimento nuestro.

Vivimos en medio de una competencia muy desleal, en una competencia entre el Gobierno y el pueblo y, peor aún, entre el pueblo y el pueblo. El chofer del almendrón quiso llegar primero que el chofer del otro almendrón para adueñarse de los pasajeros con los que soñaban los dos. Y ambos pudieron morir en el intento.

Sin dudas hemos perdido toda coherencia, toda esa armoniosa y necesaria conexión con la vida que se hace esencial para la supervivencia. Y esas deslealtades no son privativas de los choferes de almendrones. Esas “discordancias deliberadas” se enseñorean en toda la Isla, y se agolpan unas a otras, lo mismo en el servicio de urgencias médicas de un hospital que en el agromercado. En Cuba lo esencial es llegar primero, y dar, porque quien da primero da dos veces, y tres, y cuatro… infinitas veces, hasta que mueres en uno de esos intentos, o chocas el almendrón en cualquier calle.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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