Las tragedias tienen culpables de carne y hueso


LA HABANA, Cuba. – La tragedia de San Antonio del Sur e Imías, el abandono que sufrieron sus habitantes, quienes debieron enfrentar solos y desinformados la catástrofe, es otro capítulo más sumado al extenso historial de negligencias, ineptitudes y posiblemente hasta de muy malas intenciones de un régimen criminal en bancarrota que, en su desesperación por salvarse, echa mano a todo cuanto pueda provocar lástima entre aliados y compinches, a cuanto pueda movilizar a su favor la opinión pública y la ayuda internacional, imprescindibles para una economía que casi exclusivamente sobrevive a fuerza de donaciones, condonaciones y remesas.

Provocar lástima, acelerar el arribo de dinero rápido, fácil y sin intereses pero, además, justificar, en la condición de “país asediado por el enemigo”, de “economía de guerra”, el aumento de la represión contra los grupos opositores y la prensa independiente que son ese único gran problema sin resolver para que la imagen de “buenas personas” que proyectan al exterior, de estabilidad política y alto índice de aprobación popular, no se empañe con revelaciones, desenmascaramientos, protestas y denuncias.

Al parecer ni la explosión del hotel Saratoga ni el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas (dos tragedias de las cuáles aún no presentan a los responsables directos ni los resultados finales de las investigaciones) fueron suficientes como leitmotiv, de modo que apenas unas horas antes del comienzo de la reunión de los BRICS —en la cual Cuba fue declarado “miembro asociado”—, es que llegan el apagón total y todo cuanto de malo ocurre cuando un país en plena temporada ciclónica se desconecta. 

Otro “accidente” como a pedir de boca. Una “casualidad” demasiado casual para no reparar en ella, porque si es muy cierto que de un ciclón no puede preverse ni planificarse la letalidad, también lo es que las condiciones para que las eventualidades se conviertan en fatalidades, sí. 

Como también puede planificarse y pagarse bien cara, con los dólares que dicen no tener, una página de The New York Times pidiendo el fin del embargo apenas unas horas después de que alguien apagara las luces de escena para hacer más interesante la representación.

Asimismo, puede planificarse la movilización casi instantánea de las decenas de grupos de solidaridad que maneja la dictadura cubana en el exterior a través de sus embajadas y consulados, una influencia que más bien se entiende como la más importante labor de inteligencia del régimen comunista, en tanto ha tenido impacto de consideración en universidades y en sectores de la política y el pensamiento estadounidense y europeo.   

Lo ocurrido en San Antonio del Sur e Imías no estuvo previsto tal cual ocurrió, pero la desinformación, el silencio, el desinterés demostrado por los medios de prensa oficiales previo al impacto del meteoro, la política de brazos cruzados de las autoridades, las justificaciones de Miguel Díaz-Canel ante los reclamos y denuncias de los guantanameros son evidencia de que algunos de ellos vieron en la catástrofe una oportunidad de reforzar el guión del apagón general.

Un guion que comenzó desde mucho antes que el primer ministro apareciera en televisión, en una transmisión especial desde el extremo oriental de la Isla que demoró lo suficiente como para elevar la tensión dramática pero, más que eso, para dejar claro incluso a los más ingenuos que lo ocurrido unas horas después no fue una casualidad. 

El apagón llegó como un evento meticulosamente planificado que sirvió para reforzar ese papel de víctima que Bruno Rodríguez Parrilla una vez más representó para quienes asistieron al cónclave de Kazán, aunque esta vez, por estar en juego el necesario y anhelado padrinazgo de los BRICS, debió hacerlo acompañado de un suceso extraordinario y mediático que no dejara lugar a un rechazo; una eventualidad que al menos por compasión, por caridad, los obligara a lanzarles el salvavidas. 

Una jugada que en efecto les funcionó, incluso más allá de lo planificado porque al menos unos cuantos barriles de petróleo le sacarán a México, junto con algunos donativos del resto de la comunidad internacional.

Si la estrategia no les servía para una cosa, para el objetivo principal de conquistar a los BRICS, al menos le ayudaría con otras, en un momento en que las reservas de alimentos y combustibles para la población estaban en cero, y cuando ya casi llegaban al punto extremo de echar mano a esas despensas que, a juzgar por las barrigas voluminosas que vemos, sin dudas están bien abastecidas.

La oleada represiva desatada la víspera contra opositores, la vigilancia policial apostada y reforzada en las barriadas más “problemáticas”, incluso el cierre abrupto del mercadillo de La Güinera, lugar donde aconteció una de las protestas más importantes del 11 de julio de 2021 —que incluyó el asalto a una estación de la Policía y el asesinato de uno de los manifestantes—, la movilización de las Fuerzas Armadas casi una semana antes de que ocurriera el apagón general, son indicativos de que si algo sucedió después del 17 de octubre último con la electricidad no fue precisamente un accidente casual.

Algo como para comenzar a sospechar que los incendios y muertes anteriores —evidentemente usados para movilizar sentimientos de duelo a favor de la dictadura, así como para reforzar la tesis de una oposición “odiadora”, criminalizada tan solo por insistir en hacer preguntas molestas y buscar respuestas a lo que continúa sin ser respondido—, no fueron simples accidentes. 

No en un país donde la Policía se jacta de atrapar en menos de 24 horas al que escribe una frase de protesta en un muro, y al que publica una denuncia o un chiste en las redes sociales. 

Este apagón anunciado sin anunciarse, así como la letalidad de ese ciclón de la desinformación y la desidia que se llevó las vidas de varios ancianos y una niña, entre otras, más miles de desamparados en el Oriente cubano tienen más culpables de carne y hueso, con nombres y apellidos, que ese “bloqueo” tan perverso que les permite construir hoteles y manejar autos de lujo pero no modernizar la infraestructura eléctrica ni importar el arroz de la canasta básica.  



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