LA HABANA, Cuba.- No son pocos en el exilio los que se muestran escépticos respecto al alcance y efectividad de las actuales protestas de la población en Cuba. Las minimizan, argumentando —en coincidencia con la narrativa oficialista— que son solo en reclamo de comida y electricidad, y que bastará para aplacarlas con que repartan un poco de arroz y frijoles de las reservas estatales, reduzcan un poco los apagones, les pongan altavoces con reguetón y pipas de cerveza dispensada.
Muchos de los que así piensan se disgustan y asustan cuando ven a los que protestan en chancletas, los hombres sin camisas, gritando palabrotas e improperios contra Díaz-Canel. No logran disimular su elitismo y su desprecio por lo que consideran son turbas manipulables de chusmas hambrientos, analfabetos en política. Así, evidencian una disociación de la realidad y una prepotencia tan grande como la de los mandamases de la continuidad castrista.
Si bien es cierto que seis décadas de dictadura han erosionado los valores y el civismo y conseguido aturdir y envilecer a muchos cubanos, ese pueblo está harto de tanta miseria y opresión y ya no podrán volver a encerrarlo mansamente en el redil.
Las mujeres y los hombres que salieron a protestar a las calles reclaman libertad, porque es eso lo que necesitan para vivir con dignidad, no simplemente comida, agua y luz, como pretenden hacer ver los mandamases escamoteadores de la voluntad popular.
Se puede coincidir con los que hablan de la necesidad —para ahora y para el futuro, si aspiramos a la democracia y no a una anarquía bananera— de que los que protestan tengan líderes con un programa político coherente que represente una alternativa al régimen. Pero no se puede menospreciar a los que desde el 11 de julio de 2021 (11J), a su modo y en la medida de sus posibilidades, desafían al régimen con reclamos que, dentro de un estado totalitario, inevitablemente resultan siendo políticos.
La suma de todas las protestas contabilizadas desde el año 2021 hasta hoy por el Observatorio Cubano de Conflictos da una cifra que hasta hace muy poco hubiese resultado inconcebible: 12.972. Y esa cuenta inexorablemente seguirá creciendo.
Los hombres y mujeres del pueblo, iletrados en su mayoría, que reclaman vivir como personas, están consiguiendo poner contra las cuerdas al régimen, algo que la oposición prodemocracia no consiguió en décadas.
Tenemos que llenarnos de humildad y aunque duela, reconocer que fallamos en el empeño los que dotados de civismo y cierto bagaje intelectual nos hemos estado oponiendo al régimen desde la década de 1990. Lo hemos hecho sin saber el oficio, improvisando sobre la marcha, con una alta dosis de idealismo, sin proponernos explícitamente la toma del poder, pero sin parar en la denuncia de sus abusos, forcejeando por abrir espacios a la democracia en los pequeñísimos resquicios en que hubiera sido factible hacerlo, como ocurrió con el Proyecto Varela, que fue el punto más alto al que llegó la oposición. Y siempre con un elevado saldo de apaleamientos, encarcelamientos, destierros e incluso de asesinados.
Pero fuimos incapaces de conectar plenamente con el cubano de a pie. ¿Cómo íbamos a llegar a una población chantajeada, amedrentada, que luego de décadas de adoctrinamiento y manipulación ideológica, estaba hastiada de teques y le hacía rechazo a todo lo que le oliera a política? Para colmo, esa población estaba sometida a un constante bombardeo de difamaciones contra los opositores sin derecho a réplica a través de todos los medios al servicio del Estado.
Todo conspiró contra los movimientos opositores. Y no fue solo la represión. Fue también la falta de recursos y el mal aprovechamiento o desfalco por algunos desaprensivos del poco que había; el insuficiente o mal encaminado apoyo internacional; las desavenencias y los conflictos internos debidos a los egos y protagonismos inflados muchas veces por los agentes infiltrados de la Seguridad del Estado; los vicios y mañas del castrismo trasplantados al campo opositor; los oportunistas e impostores que buscaban el aval de opositores para conseguir visa de refugiado.
Hoy se echa de menos a líderes que fueron referentes morales como Oswaldo Payá, Laura Pollán, Vladimiro Roca, Elizardo Sánchez y Gustavo Arcos Bernes.
José Daniel Ferrer, Félix Navarro y varias decenas de opositores están en la cárcel. Centenares más han sido forzados al exilio.
Pero actualmente, el régimen tiene que enfrentarse a las demandas cotidianas de un pueblo hastiado de abusos y mentiras. Como no tiene soluciones que ofrecer, esas protestas continuarán. Y el pueblo, a diferencia de los tozudos mandamases, sí aprendió de las lecciones del 11J.
Explica Omar López Montenegro en su artículo “El arte de la protesta en Cuba”: “El neo-castrismo dejó de ser el referente único en la vida de los cubanos y, en consecuencia, se desplomó toda la falsa construcción mitológica que lo sustentaba, incluyendo estereotipos como “esto no hay quien lo arregle, pero no hay quien lo tumbe” y tantos otros que sirvieron durante años para alimentar la cultura de la desidia y la aceptación de la injusticia como un mal inevitable. La gente quiere cambios, los quiere ahora, y los quiere como resultado de sus propias acciones, no acomodos del régimen o intervención milagrosa de terceros”.
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