Las abejas solitarias se refugian en las aceras de las ciudades | Ciencia


Las abejas solitarias no se organizan en colmenas. No tienen reina ni tampoco producen miel. No dividen sus labores con otras abejas y cada hembra construye su nido con varias celdas, ya sea en los tallos de las plantas, la madera y también el suelo. Al igual que las abejas domésticas (Apis mellifera), las silvestres también se alimentan de polen y gracias a su silenciosa labor, contribuyen a la germinación de frutos y semillas. Estos pequeños insectos conviven con los humanos y las aceras de las ciudades son un refugio para las especies que anidan en el pavimento. Un análisis realizado en las calles de Berlín, en Alemania, revela que diferentes abejas y avispas silvestres suelen preferir las aceras para colocar sus huevos expuestos al sol.

Claudia Weber, investigadora de la Universidad Libre de Berlín, y sus colegas exploraron 12 puntos (en total, 200 metros) de la capital alemana. Los científicos detectaron 6.301 nidos en las calles y descubrieron que de las 66 especies registradas —entre ellas, Apoidae, Vespidae, Ichneumonidae, Diptera y Formicidae—, al menos 28 correspondían a abejas silvestres y 22 a avispas solitarias. Aunque se trata de un estudio piloto, los resultados del trabajo publicado en la revista Urban Ecosystems sugieren que la cercanía de las calles a jardines y parques con flores pueden albergar una biodiversidad sorprendentemente rica en algunos casos.

Las abejas son capaces de construir sus nidos excavando en suelos arenosos —como los adoquines— o arcillosos y pueden desarrollar verdaderas obras de ingeniería bajo tierra. Los insectos utilizan su mandíbula y apoyan su abdomen para ir aplanando el terreno. Construyen túneles cortos o largos de una pulgada de profundidad, y pueden congregarse miles de ellas en una sola área. “Las abejas tienden a afrontar la urbanización mejor que la mayoría de otros insectos, lo que no significa que no sea una gran amenaza para ellas”, explica Sophie Lokatis, coautora del artículo, por correo. Los hallazgos indican que la mayoría de las entradas a las celdas se hallaron cerca de jardines. Esto se debe a una mayor disponibilidad de fuentes de alimento y posibles sitios de anidación, de acuerdo a los científicos.

La especie 'cerceris arenaria', comumente llamada la avispa de los gorgojos, en las calles de Berlín, en Alemania.
La especie ‘cerceris arenaria’, comumente llamada la avispa de los gorgojos, en las calles de Berlín, en Alemania. Sophie Lokatis (Freie Universität Berlin)

Las ciudades, según Lokatis, son “mosaicos”. Los espacios urbanos poseen piezas, como jardines, parques y cementerios, que proporcionan entornos muy diversos. “Las especies que anidan en el pavimento urbano están preadaptadas a este hábitat”, agrega. Las aceras de Berlín abarcan desde adoquines a baldosas, donde los insectos pueden cavar madrigueras. Sin embargo, los científicos observaron un menor número de nidos en calles completamente selladas de hormigón.

Pablo Vargas, investigador del Real Jardín Botánico, apunta a que aunque Berlín tiene “zonas verdes muy buenas”, comparte un problema con cientos de ciudades europeas: casi no tiene parques. “Está bien que haya tierra y no asfalto, pero es importante diversificar el tipo de plantas”, indica el biólogo, que no participó en la investigación. Pese a que es común ver a las abejas revolotear entre las plantas, cerca de lo que estamos comiendo o escondidas entre los pétalos de las flores, en general a ellas no les gustan las urbes.

El ecólogo Ignasi Bartomeus, investigador de la Estación Biológica de Doñana, sostiene que los entornos urbanos “son hostiles” para estos insectos. “Algunas abejas pueden vivir en ellos, sobre todo si existen bastantes zonas verdes. Las especies raras y vulnerables no las encontraremos en las ciudades”, recalca el experto, que no fue parte del estudio. Para Bartomeus, los ambientes urbanos siguen siendo de peor calidad que los naturales, pero no son tan malos como se pensaba. Otra investigación realizada por científicos españoles, explica que este comportamiento podría deberse al tamaño del cerebro, que está relacionado con una mayor capacidad de las abejas en residir en las zonas urbanas cuando sus cabezas son más grandes.

“Cualquier acción que beneficie a la biodiversidad es positiva, pero no puede ser un sustituto a las medidas de conservación”, añade Bartomeus. Vargas, por otro lado, advierte que hay que tener cautela con la palabra adaptación porque las abejas, que llevan millones de años en la Tierra, aún siguen acomodándose a las ciudades que solo tienen 10.000 años de existencia.

El investigador del Botánico enfatiza en el concepto de biodiversificación, un paso clave para pensar en el futuro del casco antiguo de un millar de ciudades en Europa que carecen de áreas verdes. “Las abejas solitarias buscan diversidad”, sostiene. En 2016, investigadores en Inglaterra examinaron 183 tipos de plantas en la ciudad de Sheffield. Tres años después, en Bonthoux (Francia), otros expertos encontraron más de 300 clases de plantas y en 2020 se registraron 57 especies de plantas entre los adoquines del casco antiguo de Dubrovnik, en Croacia, pero en general, existe poca investigación sobre los insectos que anidan en el pavimento.

Sophie Lokatis reconoce que para detener y revertir la pérdida de biodiversidad, se deben “replantear a gran escala los lugares alterados antropogénicamente” como las ciudades, las áreas industriales y las tierras agrícolas.



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