LA HABANA, Cuba.- No me interesa su música, a pesar de que escucho con regularidad la de otros artistas de los llamados “géneros urbanos”, a algunos de los cuales aprecio en lo personal, pero desafortunadamente la de El Micha jamás me ha llamado la atención. No me resulta interesante, ni siquiera cuando lo tenía de vecino en el Reparto Eléctrico y lo veía haciendo sus primeros videos amateurs casi en los bajos del edificio donde yo vivía en aquel momento.
Como a él, vi y asistí “en vivo y en directo” a los inicios de la carrera de otros reguetoneros y “reparteros”, entre los cuales pocos lograron navegar con fortuna, en una industria que no distingue de talentos ni mediocridades, ni de vocaciones y “palancas” y que funciona como una maquinita de moler carne (y producir dinero).
La mayoría ni siquiera alcanzó a pegar un primer número, y es que más allá de la escasez de productores y cazatalentos, de sus actividades declaradas como ilegales (en tanto la producción y comercialización musical, por ley, solo puede ser práctica de empresas estatales), a pesar de su gran popularidad (y precisamente por ella), la música urbana (así como cualquier otra expresión artística espontánea, o cualquier expresión no artística pero independiente) jamás ha sido vista con buenos ojos por el régimen cubano, y no hay espacios institucionales para su verdadero fomento y desarrollo, mucho menos para su divulgación.
Lo “marginal”
Y aunque algunos “cibercombatientes”, para negar lo anterior, pudieran echar mano a uno o dos espacios, a algún que otro concierto público (porque no hablemos de los que cobran en dólares allá por Varadero o Cayo Santa María) que han podido escapar a la férrea censura, en realidad son los típicos “espacios de control” o “espacios de contención” manipulados ya por el Ministerio de Cultura, ya por la Unión de Jóvenes Comunistas o hasta por el Ministerio del Interior, con la única intención de monitorear a esos chicos y chicas que, por “marginales”, se mueven en esa frontera muy confusa (para los comunistas) que separaría la disidencia musical de la disidencia política.
Porque, para el régimen, todo “elemento marginal” (al sistema) es un enemigo potencial, puesto que la irreverencia (y el género urbano siempre la lleva en su núcleo) es irreconciliable con el totalitarismo. Por tanto, como decimos aquí, se le mastica pero no se le traga.
Así, a diferencia de otras zonas de la música popular en la Isla, el género urbano y sus artistas conocen de la censura y la marginación desde el momento exacto en que deciden emprender carrera, y hasta se pudiera decir, en cuanto a lo marginal, que desde muchísimo antes de descubrirse como músicos, en tanto la mayoría proviene de los barrios más pobres y de las familias más desfavorecidas por un sistema político que tiene bien definido su sistema de castas, y para cada una de ellas reserva un tipo de control de mayor o menor severidad, y un tipo mayor o menor de accesibilidad no solo a los medios de divulgación sino, además, a la educación, a la salud. Y si tenemos dudas sobre este particular, recordemos en qué escuelas estudiamos unos y otros, en qué barrio crecimos, o a cuáles hospitales asistimos, a cuáles no nos dejan entrar.
Un sistema politizado
El Micha, como casi todos los músicos del género urbano, como la totalidad de los “reparteros”, conoce bien cómo funciona ese sistema altamente politizado y cuánto ha debido esforzarse para burlarlo, no para dejar de ser un “excluido” (eso no pasará jamás) sino para convertirse en un marginal “tolerado”, lo cual no lo exime de continuar perteneciendo a esa masa bajo control (de la que jamás logrará salir aun emigrando) puesto que, como señalé antes, lo marginal, por irreverente, siempre estará bajo sospecha en un sistema totalitario, más si no existe un pacto político —consciente o inconsciente— con ese poder para el cual no puede haber un modo “no político” de relacionarse con él.
Un poder que, para “perdonarnos la vida”, para tolerarnos, no pretende de nosotros los “excluidos” y “marginales” un acto de lealtad ni siquiera de compromiso “ideológico” sino tan solo nuestro silencio absoluto y obediente, nuestra negativa a “hablar de política” puesto que eso es un derecho que el régimen se reserva para él en exclusiva, y es el parloteo cargante que practica a toda hora con todos nosotros, en un soliloquio tan cansino, enfermizo, que ya lo damos por “normal”, como “natural”, tal como ese ruido que solo logramos notar cuando cesa y da paso a la paz que ya habíamos olvidado.
Solo por ese cansancio del entendimiento, por ese letargo del que muchos no son conscientes, se puede llegar a decir que en Cuba no se habla de política, y en buena medida no se miente, en tanto de política (de “su” política) solo habla en voz alta quien tiene permitido hacerlo, mientras tanto los “sin derecho” callan, susurran, lloran, patalean, aguantan o, como El Micha, simulan que cantan; y creen, además, que son buenos en lo que hacen y que solo por eso han dejado de ser excluidos. Terrible confusión.
“Lapsus mental”
Ese soliloquio “revolucionario”, que lleva más de seis décadas martillando en nuestras cabezas, haciéndonos sustituir frases espontáneas por consignas, los buenos modales por las groserías, la generosidad por la violencia, está conformado por lo que, a fuerza de “manchas en el expediente” nos inculcaron como “pioneros” y no como estudiantes; por lo que leímos en el mural del CDR o en el del Sindicato, y por lo que escuchamos en el noticiero. Por los castigos que recibimos al ausentarnos de la marcha del “pueblo combatiente” y del “trabajo voluntario” que sabíamos obligatorio; por el aval que nos negó el tipo del Partido porque no quisimos lanzar huevos contra nuestro amigo o vecino “gusano”.
Pero “conocer” esa triste realidad altamente politizada no significa necesariamente comprenderla a fondo, ni tampoco reconocer el verdadero lugar que ocupamos en ella, que casi nunca coincide con el lugar donde imaginamos estar, o donde nos hacen creer que estamos solo porque, con dinero y algo de fama, nos parecemos bastante a esa élite comunista que aún viviendo en La Habana tal parece que vive en la mejor zona de Miami.
Quizás por estar confundido de lugar —en tanto viajar de un lado a otro con demasiada frecuencia puede jugarnos esas malas pasadas—, el pobre Micha se lanzó a decir esa tontería de que en Cuba se habla menos de política que en Miami, entonces solo por ese “lapsus mental” no deberíamos hacerle mucho caso.
Cuando descubra algún día cuál es su lugar, y cuál lo ha sido siempre, entonces tal vez, así como ha decidido no “hablar de política”, también decida dejar de “cantar”. Muchos estaremos el doble de agradecidos.