LA HABANA, Cuba.- Una muestra del derrotismo fatalista que reina hoy entre la mayoría de los cubanos es su opinión sobre los sucesos en Venezuela a más de un mes y medio del robo de las elecciones del 28 de julio.
Debido, en gran parte, a la manipulación y las mentiras de la prensa oficialista y Telesur, muchos de quienes tenían grandes expectativas sobre el fin del régimen de Nicolás Maduro y la reinstauración de la democracia, hoy descartan que la presión internacional sobre Maduro vaya a funcionar y dan por consumada la perpetuación de la dictadura chavista.
Hay cubanos en el exterior que critican a la oposición venezolana por haber concurrido a las elecciones, cuestionan en duros términos el liderazgo de María Corina Machado y, como si olvidaran que ellos mismos tuvieron que optar por el exilio, critican a Edmundo González Urrutia por haberse asilado en España.
Más de 65 años de dictadura han conseguido infundir a la mayoría de los cubanos, dentro y fuera de la Isla, una resignación fatalista y paralizante ante los males que nos aquejan y que a menudo impiden percibir los hechos con claridad.
Ese derrotismo afecta nuestra autoestima nacional y favorece a la dictadura.
Aunque se quejen de las privaciones y la vida miserable que llevan y sin perspectivas de mejoramiento, acaban dándose por vencidos, resignándose. Una actitud que se aviene a la perfección con la cínica e inmovilista aseveración de que “esto no hay quien lo arregle, pero tampoco quien lo tumbe”. Una frase que invita a la inacción y la apatía, al “no hay nada que hacer”.
La inmensa mayoría de la población, hambreada y al borde de la indigencia por las disparatadas políticas económicas que, a partir de la Tarea Ordenamiento, han provocado una galopante inflación, hace mucho tiempo que no cree en los dirigentes del régimen ni los respeta: solo les temen. Y no es para menos, si se tiene en cuenta las largas condenas de cárcel impuestas a varios centenares de personas, partir de las protestas de los días 11 y 12 de julio de 2021 (11J), en virtud de las leyes draconianas cada vez más reforzadas de un código penal que parece copiado del nazismo.
La mayoría de la población está en contra del régimen, lo rechaza, pero no ve otra opción. Aunque por momentos les parezca que el régimen está en fase terminal, se muestra escéptica ante la posibilidad de un cambio, y rumiando su impotencia y desesperación, sigue soportando las imposiciones y abusos de los mandamases.
De los tan cacareados “logros de la revolución”, hoy solo quedan ripios y rastrojos, como evidencian las cada vez más maltrechas salud y educación, debido al mezquino capitalismo de estado de compinches instaurado por el régimen de la continuidad, que del socialismo solo mantiene la retórica y el discurso. Pero la perversa desinformación a la que han estado sometidas varias generaciones de cubanos y el miedo a la represión —que sigue siendo lo que mejor sabe hacer el régimen— hacen ver los males que padecemos como inexorables, como si de ellos no se pudiera escapar ni hubiese otra alternativa que no fuese la de emigrar a como dé lugar.
Y muchos cubanos ni siquiera en el exterior se sienten a salvo. Son esos que aseguran que emigraron por razones económicas, no políticas, y que temen posicionarse públicamente en contra del castrismo por temor a que, como castigo, les impidan visitar a sus familias en Cuba. Así, tienen que resignarse al chantaje al que los somete el régimen usando a sus familiares como rehenes, y a ser contribuyentes de las arcas del estado castrista, mediante el dinero que gastan en sus viajes y el envío de remesas, paquetes y recargas telefónicas.