MIAMI, Estados Unidos. – “No sé si están bien, si el huracán les llevó la casa, si tienen comida, agua… No sé qué ha pasado con ellos”. Katiuska Montoya vive en la ciudad de Guantánamo, a 84 kilómetros de Imías, un municipio de la provincia más oriental de la Isla que colinda con Baracoa, por donde tocó tierra cubana el huracán Oscar el pasado 20 de octubre.
En la capital provincial se sintieron los vientos y llovió bastante, pero lo peor le tocó a Baracoa, Imías y San Antonio del Sur, pues el fenómeno meteorológico, ya degradado a tormenta tropical, se mantuvo “casi estacionario” sobre la parte más oriental de la Isla por muchas horas. Los interminables aguaceros desbordaron los ríos que bajan de las montañas y taparon las zonas más bajas de los poblados.
Con 278 milímetros de precipitaciones, en San Antonio del Sur hubo una inundación sin precedentes. Hasta el momento se han reportado seis muertos, entre ellos una niña de cinco años y tres ancianos que superaban los 80. Los videos que circulan en redes sociales muestran a jóvenes locales que se lanzaron al agua para rescatar a sus vecinos ante la ausencia de la Defensa Civil.
Los ríos crecidos se colaron dentro de las casas hasta aproximadamente un metro del techo, destruyendo los pocos electrodomésticos y muebles que tenían las familias.
En Imías, el municipio vecino, las pocas imágenes que se han divulgado son similares: caos y destrucción. Los vientos arrasaron con techos y casas enteras, quedaron postes y árboles derribados. Aún no hay electricidad y se conoce de al menos una persona fallecida; pero los familiares de los damnificados temen que el número sea mucho más alto.
A diferencia de San Antonio, donde es posible llegar por carretera, Imías está incomunicado. Todos los puentes que enlazan al municipio colapsaron y hubo desplazamientos de tierra en La Farola. Hasta este momento solo es posible llegar por aire.
Imías es un municipio pobre, donde las familias que viven con un poco más de confort es porque reciben remesas de emigrados. El resto apenas sobrevive entre la pobreza y el abandono.
“Esos municipios son de personas, la gran mayoría, de bajos recursos, que no tienen un teléfono móvil”, explica Diannelis Aranda, una cubana residente en España y natural de Imías, donde aún viven sus padres y demás familiares.
“Hay personas de mi pueblo que no sabían sobre el huracán, y quienes se enteraron se confiaron porque no había información. Allí la gente se preparó como pudo, los que tenían algo”, agrega Aranda, que justo hace un par de horas supo que su familia lo había perdido todo, pero estaba viva, después de días de angustia.
Además de la falta de dispositivos, hay zonas del territorio donde normalmente no hay acceso a la telefonía. La hermana de Katiuska debe subir seis kilómetros de elevación y caminar hasta la bodega del pueblo para lograr una llamada telefónica. Aprovecha cuando va recoger los productos normados para comunicarse con su familia en la ciudad. La última vez que hablaron fue hace poco menos de un mes.
“No tenía cómo llamarla para avisarle del huracán porque no hay cobertura nunca. Quizá ni se enteraron de qué iba a pasar porque esa zona estaba sin electricidad desde el jueves”, dijo Montoya a CubaNet.
El pasado viernes, una avería en la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras, de Matanzas, sumada a la falta de combustible, provocó la “desconexión total” del Sistema Electroenergético Nacional (SEN), generando así un apagón masivo en el país. Toda Cuba se quedó a oscuras, aunque desde hace meses la mayor parte del país ya sufría cortes que superaban las 10 e incluso 20 horas diarias sin fluido eléctrico.
Sin electricidad, los pocos alimentos que tenían los habitantes de Imías se deben haber descompuesto. Por otro lado, el huracán arrasó con sembrados y animales. Se desconoce qué están comiendo las más de 20.000 personas que residen en Imías o si tienen acceso a agua potable.
Diannelis supo que les han llevado agua, pero hasta hora, tres días después del paso de Oscar, no han recibido alimentos.
“Estoy más tranquila porque sé que mi familia está bien, pero los va a matar el hambre porque allí no quedó nada. Veo en las redes que están llegando ayudas, pero no he observado ninguna a mi pueblo. Imías es ahora un campo de guerra”, lamentó.
Para Katiuska, esa también es una preocupación: ¿qué están comiendo? Desde la ciudad la propia población está sacando lo poco que tiene: cocinan caldos para llevar a los municipios afectados y donan algunos alimentos enlatados, pero a Imías no se puede llegar.
“Mi hermana se llama Maritza Montoya y vive cerca el río Veguita con su esposo, su hija y sus nietos de dos y cuatro años. Es una zona de peligro y aislada”, termina diciendo Katiuska.
En 2016, cuando el huracán Matthew afectó el Oriente del país su familia lo perdió absolutamente todo, excepto la vida.